Ataques informáticos y guerra digital
Por Adrian Mac Liman
Mientras el santísimo patriarca Kirill
(Cirilio), actual cabeza de la Iglesia ortodoxa de Moscú y toda Rusia, se
dedica a bendecir los ordenadores de los ministerios de la Federación Rusa (ex
Unión Soviética), pidiendo al Señor que proteja a los suyos contra los
engorrosos ataques informáticos, las estructuras de ciberdefensa de los países
de Europa oriental, exsocios de Moscú en el extinto Pacto de Varsovia, tratan
de elaborar, con ayuda de los “dioses” transatlánticos, estrategias de defensa
contra la guerra digital iniciada recientemente por el Kremlin.
La guerra digital o ciberguerra es la
variante moderna de lo que antes llamábamos propaganda, intoxicación,
desinformación, manipulación de la opinión pública. Los antepasados de los
actuales cerebros de la ciberguerra recurrían a la difusión de falsas noticias
a través de la prensa escrita, la rumorología, las campañas diseñadas para
generar olas de pánico. Durante la Primera Guerra Mundial, alemanes y
franceses, otrora enemigos, competían en la fabricación de peligrosas medias
verdades, destinadas a engañar a los estrategas y desconcertar a los políticos.
A las personas encargadas de la difusión de estas noticias se les llamaba lisa
y llanamente espías. Unos seres despreciables, cuya actuación se castigaba con
la pena de muerte. Nada que ver con el James Bond de las películas de Hollywood
o con las entretenidas novelas de Graham Greene.
Hoy en día, cuando se habla de espionaje
se alude, forzosamente, a campañas cibernéticas destinadas a desestabilizar la
vida política de los Estados. Recordemos las acusaciones de intrusión de los
servicios secretos rusos en la campaña presidencial estadounidense de 2016, al
goteo de información ¡no contrastada! de WikiLeaks, a los “topos” infiltrados
en el Cuartel General de la Alianza Atlántica.
Para los países de Europa oriental, la
palabra espionaje es sinónimo de Rusia. La amenaza –ficticia o real– se
perfila en los países bálticos, Polonia, Ucrania o Rumanía. Según los servicios
de inteligencia de esos Estados, adiestrados por la CIA estadounidense, el
espionaje ruso ha intensificado sus actuaciones en los últimos meses, es decir,
tras la celebración en Varsovia de la cumbre de la OTAN, donde se dejó
constancia de los planes “defensivos” de la Alianza Atlántica. Unos planes que
incluyen el reforzamiento de la presencia de la OTAN en la zona, la creación de
estructuras del llamado “Escudo antimisiles”, el incremento de la fuerza naval
en el Báltico y el Mar Negro.
Las autoridades de Estonia y Lituania confirmaron
la detención de agentes de la Agencia de Información Militar rusa (GRU) y del
Servicio Federal de Seguridad (GRU), sucesor del KGB, aparentemente interesados
en recabar datos relativos a las aún embrionarias estructuras de defensa de
dichos países.
Polonia ha solicitado y conseguido el
aumento de la presencia de tropas de la OTAN en su suelo. La masacre de Katyn –el fusilamiento, en 1940, de militares, policías e intelectuales polacos
llevada a cabo por el NKVD de Stalin–, aún no queda olvidada. No hay que
extrañarse, pues, el que Varsovia se haya convertido en el baluarte de la
ofensiva ideológica anti rusa.
En el caso de Rumanía, el peligro procede
de variopintos horizontes. Rusia constituye, indudablemente, la mayor fuente de
preocupación, aunque no la única. La disputa por la soberanía de Transilvania,
que opone a rumanos y húngaros desde hace más de un siglo, se ha recrudecido
tras la llegada al poder del conservador Viktor Orban, partidario de la “gran
Hungría”, es decir, de la “reconquista” del suelo transilvano.
En realidad, Orban se limita a hacer
suyos los argumentos de la derecha ultranacionalista de mediados del siglo
pasado, que logró adueñarse de Transilvania con el apoyo de las tropas del
Tercer Reich. Las heridas permanecen abiertas.
Otro frente es el rumano-serbio. Belgrado
no reconoce la existencia de la minoría étnica rumana en su territorio. En este
caso, la guerra que se libran Bucarest y Belgrado no se limita a meras
consultas diplomáticas.
¿Qué hacer? Los rumanos son conscientes
de la necesidad de contrarrestar las campañas de propaganda de sus vecinos. Y
no sólo de propaganda. En efecto, mientras los enviados del Kremlin aseguran
que Rumanía se encuentra fuera de su zona de influencia, los estrategas
arremeten contra la presencia de las instalaciones del “Escudo antimisiles” y
de las unidades motorizadas de la OTAN en las inmediaciones de la ciudad
costera de Constantza.
Recientemente, la Academia de Ciencias de
Rumania anunció de creación de un Centro de Evaluación de los Peligros
informáticos, destinado a supervisar la actuación poco amistosa de sus vecinos
en… las redes sociales. ¿Una herramienta para el inicio de una ciberofensiva?
“No”, aseguran los diplomáticos rumanos, “aún no estamos preparados para ello…”
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