LECTURAS DE FINDE / 23F: ¿dos golpes de Estado en uno?

Por Michael Neudecker

El 23 de febrero de 1981 el teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero Molina, entró en el hemiciclo del Congreso de los Diputados y pronunció su histórica frase: “¡Todo el mundo al suelo!”. Ocurrió hace ya 35 años. Fue, por el momento, el último golpe de Estado en la historia de España.

El momento y el lugar del golpe fueron estratégicos. Ese 23 de febrero todo el poder legislativo y ejecutivo español se encontraba en el Congreso de los Diputados participando en la elección del nuevo presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, tras la dimisión de Adolfo Suárez pocos días antes. Todos los diputados y ministros estaban en la misma sala. Cuando llegó Tejero cerró la puerta y les convirtió en rehenes.

Hubo algunos momentos de alta tensión, de forcejeos con los asaltantes, como la mítica imagen de Manuel Gutiérrez Mellado, vicepresidente del Gobierno, exigiendo al golpista que se cuadrara y siendo interrumpido por una salva de ametralladora. Comenzó entonces una tensa y extraña espera. ¿A quién? ¿Y ahora qué? Un oficial se dirigió a los diputados y les explicó que esperarían hasta la llegada de lo que denominó “autoridad competente, militar por supuesto”.

¿Quién era esa persona? Esto ha dado pie a la creación de rumores y demás teorías conspirativas sobre la responsabilidad última de este golpe de Estado.

¿Vuelta a la Guerra Civil?
Tras la entrada en el Congreso por Tejero y sus guardias cundió el miedo en muchos sectores sociales comprometidos con la construcción de la nueva democracia. En especial entre la izquierda política se temía la vuelta a una política de represión como la que acompañó al golpe de los militares en 1936. Muchos militantes socialistas y comunistas comenzaron a ocultarse o a preparar la marcha al extranjero, en mucho casos el retorno al exilio tras años fuera del alcance del régimen de Franco.

Sin embargo, la oleada represiva no llegó. El Ejército se mantuvo quieto en los cuarteles aunque hubo excepciones. En Valencia el gobernador militar Jaime Milans del Bosch sacó los tanques a la calle, y una patrulla de la Policía Militar entró en la sede de RTVE en Prado del Rey para controlar el único medio de comunicación de masas en España. Hubo otros episodios que casi acabaron en la salida de los militares a apoyar a Tejero, como por ejemplo en la base de la división acorazada Brunete en Madrid, cuyos tanques ya estaban en fila esperando la orden para salir a la capital. Esa orden no llegó por pocos minutos. Pero no lo hizo por lealtad a la joven democracia.

La mayoría de los gobernadores militares y altos oficiales del Ejército se mantuvieron a la expectativa, es decir, no tomaron parte hasta cerciorarse de hacia dónde giraban los acontecimientos. Ninguno asumió la responsabilidad o dio el paso de defender la Constitución públicamente. Todos esperaron a lo que dijera su comandante en jefe: el rey. Y en ese sentido su discurso, televisado y mostrando al monarca ataviado con su uniforme militar (con lo que les recordaba a los oficiales que era su superior) deslegitimó el golpe para aquellos sectores que andaban aún a la espera antes de pronunciarse.
 
Concentración nacional en plena guerra fría
La transformación del golpe de Estado en Madrid en uno a nivel nacional quedó así frustrada. Pero Tejero seguía en el Congreso con los poderes Legislativo y Ejecutivo secuestrados. Entonces entró en escena el general Alfonso Armada, en ese momento recién nombrado segundo jefe del Estado Mayor del Ejército.

Durante 17 años, hasta 1977, dirigió la Casa del Rey, por lo que estuvo muy unido a Juan Carlos I durante la época crucial de la formación del monarca y en los primeros momentos de la Transición. Es indudable de que ejercía una gran influencia, o eso pensaba.

Armada se presentó en el Congreso y ofreció a Tejero la oportunidad de dejar el golpe a cambio de imponer un gobierno de concentración nacional, con él al frente, pero integrando a los partidos políticos. ¿Era él la autoridad militar competente a la que estaba esperando Tejero? ¿Urdió armada el golpe para llegar al poder? ¿Le pudo su ambición? ¿Tenía posibilidades de éxito?

El contexto político de 1981 hacía plausible lo que estaba ocurriendo en España. El mundo se encontraba en plena guerra fría entre los bloques de la OTAN y el Pacto de Varsovia. De hecho, desde 1980 las relaciones entre ambos bloques se habían vuelto a deteriorar tras una etapa de distensión. En diciembre de 1979 la URSS invadió Afganistán ante la protesta de los EEUU y sus aliados, y ambos ejércitos se estaban armando con misiles nucleares tácticos en Europa, lo que aumentaba la tensión a ambos lados del telón de acero.

España era un país estratégico, dominando el Mediterráneo occidental y la base británica de Gibraltar. Su pertenencia al bando occidental había sido una de las prioridades de los EEUU en Europa –y el fin del aislamiento diplomático del régimen de Franco–.

Con la transición a la democracia entraban en juego actores políticos diferentes y la estabilidad política de España entró en una fase delicada. Con atentados casi diarios de ETA y una presión muy fuerte por parte de los sectores más ultraderechistas de la sociedad que no aceptaban la recuperación de la pluralidad democrática –entre ellos muchos militares de alto rango–, la nueva Constitución sufría ataques desde los dos extremos provocando una tensión peligrosa.

Tejero se rebela
¿Pensó Armada que un gobierno de concentración nacional podría recuperar esa estabilidad? ¿Pensó que contaría con el apoyo de la OTAN? ¿Engañó a Tejero? El caso es que no contó con el apoyo del teniente coronel de la Benemérita.

Según escribe Javier Cercas en su libro “Anatomía de un instante”, Tejero practicó entonces un segundo golpe de Estado, esta vez contra Armada. No habría gobierno de concentración nacional. Tejero era un franquista, fiel al régimen del 18 de julio de 1936. No había entrado en el Congreso para que los partidos políticos continuaran existiendo.

Pero aparte de Armada nadie más se acercó al Congreso. No hubo un segundo alzamiento nacional. Tejero se quedó solo. Al día siguiente se rindió. Al final la justicia militar fue benigna con los oficiales que se sublevaron. Tejero, Milans del Bosch y Armada fueron señalados como los cabecillas y fueron los que recibieron las peores condenas. Pero no duraron mucho. Armada fue indultado en 1988, Milans del Bosch en 1990 y tejero salió a la calle en 1996, tan sólo quince años después de sus dos golpes de Estado. Mientras tanto, en marzo de 1982 España entró en la OTAN, pertenencia confirmada por referéndum en 1986. Ya no había riesgo de desestabilizar el bloque occidental desde la Península Ibérica.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El 'chapero' Nicolás

La Gastronomía y la naturaleza humana

EDITORIAL / El Colegio