La derecha caza fantasmas

Por LIDIA FALCÓN

“Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.

“No hay un solo partido de oposición a quien los adversarios gobernantes no motejen de comunista, ni un solo partido de oposición que no lance al rostro de las oposiciones más avanzadas, lo mismo que a los enemigos reaccionarios, la acusación estigmatizante de comunismo.”
Así, como todo el mundo sabe (o debería saber) comienza el Manifiesto Comunista de Karl Marx y Friederich Engels en 1848.

Ese fantasma que aterra al Capital se ha levantado nuevamente para volar sobre los países europeos, y algunos latinoamericanos, y soliviantar a las gentes de orden y buen vivir. Y como hace 167 años está aterrando a los partidos de derechas y también de no tanta derecha. Como el Coco que dominaba las pesadillas de los niños y cuya amenaza controlaba sus travesuras, el fantasma aparece ahora, en este primer cuarto del siglo XXI como si estuviéramos en mitad del XIX, y sirve para que las diatribas, artículos, amenazas, predicciones apocalípticas llenen las páginas de los periódicos y atruenen en las pantallas televisivas.

En esta triste y derrotada España que soportó cuarenta años –y los que siguieron en la dulce Transición- de insultos, calumnias, amenazas y adoctrinamiento anticomunista, vuelven a levitar los fantasmas comunistas ante el pánico de empresarios, políticos de derechas, columnistas, tertulianos, y toda la fauna de creadores de opinión, que alertan a la población del terrible peligro que se cierne sobre los pueblos si los “comunistas” vuelven a ser importantes en nuestra política.

La última ocurrencia de Felipe González “sobre la autodeterminación de Stalin que llevó a millones de soviéticos a Siberia”, flaco favor hace a quienes no votamos por la separación de Cataluña porque creemos que los pueblos no deben separarse sino unirse. Con amigos así no hacen falta enemigos.

Pero lo rayano en el ridículo es la tormenta desatada en los mercados, en las cúpulas mediáticas, en los cenáculos de los partidos políticos, reflejada en los medios de comunicación, primero por la elección de Tsipras y luego por la de Corbyn.

Los defensores de la impunidad del capital para explotar y aniquilar a los trabajadores, han calificado con los más duros epítetos y profecías siniestras a Corbyn. Blair y sus corifeos, y los columnistas de toda Europa, entre los que se encuentran los españoles, lo califican de catástrofe para el laborismo, para el pueblo británico, para Europa y hasta para las familias, según la predicción apocalíptica de ese personaje que no siente ningún arrepentimiento por haber causado un millón de muertos en Irak y haber dejado el país destruido.

Por otro lado, los voceros de la derecha auguran que con Corby nunca ganará el laborismo el gobierno del Reino Unido, en consecuencia no deberían estar tan desesperados. Al contrario, tendrían que alegrarse por la mala elección de sus enemigos, que les asegurará el dominio del mercado para cincuenta años. Tal contradicción no se explica, a menos que sientan en su píloro el temor de que esa ciudadanía ignorante, moldeable y voluble, a la que tienen presa de sus consignas, se vuelva reflexiva de pronto y decida que las propuestas de Corbyn son las que les interesan.

Del mismo modo fue recibido el triunfo –relativo- de Podemos en España, al que calificaron de extrema izquierda radical, y hasta de soviético, según una aguda ocurrencia de Esperanza Aguirre. Y ya se sabe que los soviéticos –a quienes lo sepan- son comunistas y los comunistas –según nos explica González- lo único que han hecho siempre ha sido cometer crímenes.

Carlos París vivía desde hacía varios años en un barrio burgués de la zona norte de Madrid cuando se presentó a las elecciones por el Partido Comunista, y un honorable vecino cuando vio su retrato en los carteles de propaganda se le acercó y con una expresión de absoluto asombro le dijo: “¿Y usted es comunista? Yo que lo creía una buena persona…”

En esa u otra campaña los muchachos de las Juventudes del Partido iban a visitar el barrio repartiendo propaganda. En su edificio una señora oyó ruido de conversaciones fuera de su casa, salió al descansillo y preguntó: “¿Qué pasa?” Una vecina le explicó: “Son los comunistas que suben por la escalera”, y la buena señora se desmayó. Otra, cuando los activistas llegaron a su piso les pidió temblando: “Si ustedes gobiernan, ¿me dejarán vivir en mi casa, aunque sea pagando un alquiler?”, sin saber que quienes le iban a quitar su vivienda eran precisamente los capitalistas.

En España, durante medio siglo, los comunistas fueron demonizados por todos los medios de difusión de masas del agit-prop fascista, capitalista y patriarcal, que difundieron eficazmente que lo primero que hacen los comunistas es violar mujeres, así como las feministas obligamos a abortar a los niños. También se sabe que los malvados soviéticos profanaban la sagrada hostia, quemaban conventos y violaban monjas. Con esta semblanza hecha popular, que constituye el programa educativo de nuestro pueblo, difundida por todos los medios que tiene el sistema, resulta sorprendente que todavía las formaciones de izquierda, como IU que incluso alberga al Partido Comunista, obtengan varios millones de votos que les sitúan en algunos puestos de gobierno.

Pero tanto desgarro de vestiduras, tantos y tantos desastres anunciados no se comprenden ante un programa moderado como el que ha planteado Corbyn: vuelta a la nacionalización de los ferrocarriles, de la sanidad, de la enseñanza pública, aumento de impuestos a los ricos, es decir lo que el laborismo defendió durante un siglo y que le llevó a gobernar el Imperio Británico por muchos años, sin que los grandes capitales quebraran ni el mundo occidental perdiera su hegemonía en el área en la que había triunfado.

Cierto que Corbyn se ha atrevido a decir que Gran Bretaña debe salir de la OTAN y reducir los gastos de armamento, y quizá aquí esté la causa primera de la campaña orquestada contra él. ¿Cómo va a consentir el complejo empresarial que se ponga en cuestión la existencia de la organización militar más importante del mundo? Si desapareciese la OTAN, ¿A quien le venderían armas? ¿Tendrían que conformarse con las pequeñas guerras locales que organizan? ¿Sería suficiente que las potencias fabricantes se las vendan a los dictadores africanos y de Medio Oriente? Seguramente no. Se les hundiría el negocio, y eso nunca se puede consentir. Ahora que en noviembre vamos a albergar en nuestra frontera mediterránea de Gibraltar las maniobras de la OTAN más importantes desde la II Guerra Mundial, con el desplazamiento de 30.000 efectivos, que consumirán en un día lo que nos cuesta el presupuesto de sanidad de todo un año.

Y este puede ser también el punto neurálgico que duela en España a nuestras derechas irredentas. Si la izquierda plantea consecuentemente nuestra salida de la OTAN y el cierre de las bases militares estadounidenses, ¿qué nos puede pasar? ¿Orquestarán una campaña tremebunda contra nosotras, amenazando a la ciudadanía con toda clase de males si pudiéramos llegar a gobernar?

Este fantasma que recorre Europa y que si no se llama comunismo en España se llamará Ahora en Común, que viene a ser los comuneros rebeldes, atemoriza tanto a la derecha que está cayendo en el más estúpido de los ridículos. Se que se filmó una necia película –que no he visto- que se titulaba los Cazafantasmas, que me parece muy adecuada para este momento. Los cazafantasmas de la derecha y del centro han salido a una a la tarea. Pero no por más ridículos debemos confiarnos, que siempre es eficaz la campaña del miedo en un pueblo medroso, cuyo cerebro ha sido lavado durante tres cuartos de siglo por la propaganda más infame y eficaz que vieron los tiempos.

La izquierda española debe prepararse para soportar toda clase de agresiones, porque lo de Syriza y lo de Corbyn no será nada al lado de lo que pase en España antes de tres meses.

Artículo publicado originalmente en 'Publico.es'

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