La extrema derecha sí ganó en Holanda

Por José Vicente Barcia

Me escandaliza profundamente escuchar a un sinfín de analistas y tertulianos mostrarse aliviados ante la victoria del conservador neerlandés Mark Rutte.

Igualmente llamativo es el ambiente casi festivo a través del que se está hurtando al público una segmentación de los hechos algo más frío y menos manipulado.

Primero se azuzó el miedo, magnificando el tirón electoral de Geert Wilders. Después se buscó como solución a Wilders, a un partido profundamente conservador, que en buena medida ha hecho propios los postulados xenófobos y autoritarios de la extrema derecha. Finalmente, la victoria conservadora es trasladada a la calle y a las audiencias europeas, como si fuera una victoria de la libertad, producida a través de un épico día electoral.

La realidad es otra bien distinta: Quien ha ganado es un partido alejado de aquel concepto tan vano como falso que fue el centro. Se trata de un partido profundamente derechista y autoritario, de postulados neoliberales con una terrible carga de injusticia social. Un firme defensor de la más ortodoxa de las doctrinas austericidas. No se puede olvidar, en este inducido marasmo emocional, que  Rutte ya gobernó en coalición con los xenófobos del PVV. La defensa de Rutte de aquel Gobierno con Wilders, en 2012, le llevó incluso a amenazar con marcharse del Euro.

Hablar de que en las elecciones holandesas se ha parado al populismo es un insulto a la inteligencia. Es intentar establecer una diferencia radical entre partidos que cada vez han ido teniendo más nexos ideológicos, solamente disimulados de manera cosmética a fin de justificar la competencia electoral de proyectos que de facto son similares en aspectos fundamentales. Lo cierto es que la islamofobia, el odio a refugiados e inmigrantes han unido en buena medida el discurso de Wilders y Rutte.

Cuando restaba algo más de mes y medio para las elecciones holandesas, Rutte no tuvo ningún remilgo para publicar una carta a toda página en diferentes diarios de ese país, en el que, entre otras, decía si ninguna sutileza que: “aquí tenemos unas normas. Si esto no te gusta, vete del país”.

En esa misma línea se produjo el episodio, no muy lejano, en el que sobrepasados y humillados los socialdemócratas holandeses, que han formado parte del Gobierno, tuvieron que tragar con la imposición de Rutte de no dar asistencia a los refugiados salvo que estos se comprometieran a abandonar el país.

Por su parte, los socialdemócratas holandeses, más ocupados de estar en las instituciones que de hacer algo útil por la justicia social en holanda, han perdido fuelle, toda vez que ya no representan una alternativa creíble y legitimada. Quizá alguien cercano debería tomar nota.

Subrayando los aprendizajes recogidos en No pienses en un elefante, poco hay que celebrar hoy, cuando el enmarcado político holandés y europeo sitúa como solución a lo peor, simplemente lo muy malo.

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