José Antonio Marina no tiene ni idea

Por En Cierta Medida

Me encanta Amy Farraw Fowler, la neurobióloga exnovia (de momento) del gran Sheldon Cooper en 'Big Bang'. Me gusta tanto que hasta sé que la actriz que interpreta a Amy es Mayim Bialik, la protagonista de 'Blossom', la encantadora serie juvenil de los años 90 del pasado milenio. Me gusta tanto que decidí revisar a un par de capítulos de 'Blossom' y, de paso, saber no cuánto ha cambiado la serie, sino cuánto hemos  cambiado nosotros. Pues no es para tanto. Hasta 'Blossom' cayó en la trampa en la que todavía hoy caen todas las series ambientadas en el mundo estudiantil: dedicar un capítulo a la joven-estudiante-que-se-enamora-de-un-profe-guapo-y-guay. Es muy difícil hacer un capítulo así sin caer en el ridículo (como ocurría en 'A las once en casa', que en el infierno esté), en la experiencia extraterrestre (sólo en Marte puede haber profesores guays, guapos y que no pongan exámenes) o en la violación del principio de no contradicción (es imposible que se dé a la vez una clase un miércoles a quinta hora y una juerga total en la que se aprende un montón sin pegar clavo, sin estudiar y sin nada de nada). Supongo que los estudiantes de carne y hueso que vieron 'Blossom', 'Compañeros', 'Al salir de clase' y tal y tal ya se habrán dado cuenta de que ese profe enrollado que decide que lo mejor es no explicar y pasarse la hora hablando de la vida, y que es capaz de mantener a sus alumnos inmóviles como estatuas pendientes de su maravilloso, sugerente y motivador discurso no sólo no existe, sino que es imposible que exista. Ser profesor guay en las telecomedias es facilísimo, porque los alumnos están siempre atentos, no hay que poner exámenes y se puede montar una obra como 'Romeo y Julieta' en una semanita de nada. Y da igual que nadie sepa quién fue Shakespeare.

Lisa Simpson ya lo pasó muy mal en aquél capítulo en el que se enamoraba de un maravilloso profe sustituto. Y Blossom. Y el Kevin de 'Aquellos maravillosos años'. No sé por qué el Ministerio de Educación encarga “libros blancos” a expertos como José Antonio Marina. La solución a los problemas de la educación está en ofrecer la condición de funcionario a todos los profesores de las telecomedias: los alumnos irían encantados al instituto y se acabaría con el absentismo, el fracaso escolar y el imperio de teléfono móvil. Sólo habría tres pequeños inconvenientes: todos los chicos querrían ser Romeo, todas las chicas querrían ser Julieta y a nadie le importaría quién demonios fue ese tal Shakespeare. Y un cuarto inconveniente: los profesores de las telecomedias cobran un pastón.

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