EDITORIAL / Venezuela

La derrota de los chavistas en las elecciones legislativas de Venezuela hace poner en duda muchas de las ideas aceptadas comúnmente sobre aquel país. Porque si el régimen de Caracas fuera una dictadura (como suelen denunciar sus detractores), habría sido imposible derribarlo en unos comicios... es más, sería inconcebible hasta que existiera una oposición.

Ningún dictador celebra un plebiscito que pueda perder, salvo el idiota de Augusto Pinochet –tan crecido que la derrota le pilló por sorpresa–, que, así y todo, se blindó para no salir de la vida pública si perdía, como fue el caso. Franco no lo aceptó nunca y los universitarios de Das Wise Rose murieron torturados por cuestionar a Hitler... por citar.

Así que no se puede llamar Dictadura a un régimen que acepta ir a las urnas. Es seguro que interfiere sobre los medios de comunicación que le son desafectos, pero eso lo hacen todos los Gobiernos del mundo (los de España, sin ir más lejos) y no por eso puede llamárseles autoritarios. Y tampoco puede darse credibilidad a las críticas porque vengan de gentes como Felipe González, ya que es abogado aquí de los líderes opositores y carecen de valor.

Los mandatos de Nicolás Maduro (y su predecesor Hugo Chávez) son –eso sí– un ejemplo de la peor demagogia y un ejercicio torticero del poder, pero de ahí a ser una dictadura hay un abismo... y el resultado de las elecciones acaba de confirmarlo.

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