El debate fue una riña

Por Wilfredo Espina

Un debate en buena lógica no debiera ganarse por la brillantez de la oratoria de los contendientes. Ni por el reflejo en sus respuestas. Ni por el tono de mayor o menor seguridad en su exposición. Ni siquiera por el talante ante las cámaras, el atractivo físico o la apariencia de madurez. Todo esto cuenta, pero es bluff.

Hay que ir a lo sustantivo. A lo que se dice, se afirma o propone. A su lógica y veracidad. A la claridad de la exposición. A la convicción de quien lo expone y al crédito que este nos merece. No hay que valorar el espectáculo sino el guión que este nos transmite. Ni al que golpea más o más fuerte, como en un pugilato de boxeo.

No es esto un debate o un cara a cara. Ni las fanfarronadas, baladronadas o la faramalla con que se viste, tantas veces, la puesta en escena. ‘Ha ganado este o el otro’. Cuidado con las corazonadas. Que la política y el arte de gobernar son cosas serias y ni diversión para la gente. Los debates, cuando se apagan los focos, son algo más que carne de tertulia divertida o de fulgurantes encuestas por teléfono. Son algo para pensar, analizar y contrastar entre la realidad y la ficción. O debieran serlo.

Además, un debate o un cara a cara –por más que uno se la parta públicamente al otro- solo es una faceta de un todo: del balance general de unos años de gobierno, bueno o malo, positivo o negativo en sus resultados, limpio o corrupto, con visos de capacidad para continuar o de agotamiento. Y también, de las posibilidades verosímiles para ser substituido por uno mejor. Ni lo viejo es bueno por viejo, ni lo nuevo lo es por nuevo. En esto de la vieja o la nueva política hay mucho de snob y de tontería. Lo de ayer, ni nuevo ni viejo, fué un error mediàtico y político. Fué mal planteado y pésimamente dirigido.

Pedro Sánchez puede y suele lucir juventud y sonrisa más que ideas creibles. Mariano Rajoy ya exhibe bastentes canas y arrugas de experiencia más que habilidad y determinación. Es lo que ha ocurrido en este mal planteado cara a cara que no tuvo un verdadero moderador. Se habló casi de todo pero de nada a fondo. No fué un debate, que es lo que se necesitaba.

Pedro Sánchez, desde el minuto cero se le echó al cuello a Mariano Rajoy, quien no logró sacárselo de encima. Rajoy intentó razonar, aportar datos y explicar propuestas; Sánchez interrumpió sin parar, acusó a gusto, viniera mucho o poco a cuento, y difamó lo que pudo. Y el moderador no moderó nada.

Con lo cual el joven pugil, más preparado para el boxeo que para gobernar, golpeó una y otra vez ‘al del plasma’ que ya debe estar pensando en la jubilación.

En el cuadrilátero se impuso, suciamente, el más joven y fuerte, mientras el reposado registrador de la propiedad, no atinaba ni podía (¿no le aconsejaban?), devolver los golpes. Y como el árbitro estaba desaparecido, en su papel de triste figura, ayer no hubo debate, sino una riña de barra de bar.

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