Periodistas, personajes, prostitución y gente...

Por Andrés Sorell

Es ésta que firmo aquí una reflexión que no aparecerá en ninguna de las “actuaciones” esperpénticas, teatrales y publicitarias, de los que hablan de política, elecciones y democracia. Nada más hay que ver y escuchar como pasaron más que en un suspiro cuando en el tedioso y casi miserable coloquio de los cuatro candidatos se les preguntó, y por dos veces, sobre el tema de la violencia de género.

Ellos dicen representar y apoyarse “en la gente”, el pueblo, la ciudadanía (por cierto, espantosa palabra).

Los de abajo o los de arriba. Masas al parecer amorfas, abstractas, sin singularidad, voluntad, encadenadas a sus designios. Porque lo único que buscan quienes en su lenguaje las utilizan y dicen representarlas, convictas en su entrega producto de su alienación, religiosa, cultural y política, es que les voten unciéndose al mandato que les otorgan para que puedan convertirse en burócratas banales del poder que dicen van a ejercer sin que reconozcan su propia servidumbre a intereses macroeconómicos y multinacionales.

Para eso utilizan, hasta el ahogo extenuante, la televisión, las campañas publicitarias, los lenguajes convencionales y reiterativos, ayunos de ideas, pensamientos, diálogo, ética.

En medio de la reciente campaña surge, uno más entre los escándalos de corrupción que salpica la vida española, económicos, morales, sexuales, el protagonizado por algunas personas dedicadas al fútbol o al cine.

La destrucción de una ética individual y colectiva, la eliminación de la conciencia crítica, la despersonalización de los ciudadanos convertidos en “gente”, “pueblo”, masa uniforme y  sumisa, fiel a los catecismos y líderes profetas que los necesitan como adictos de sus Iglesias –llamadas partidos– es el objetivo de las prédicas que una y otra vez sueltan en los escenarios.

Existen muchas clases de prostitución femenina y masculina —por desgracia e historia,infinitamente más abundante la primera, que todavía el mundo es machista como los profetas y dioses representados por quienes se hicieron “a su imagen y semejanza”—. Se da entre la alta sociedad, en los beneficios que el poder económico proporciona, en las instituciones y hasta en la cultura, en la búsqueda de seguidores y espectadores que exhiben los protagonistas de los platós de televisión, en revistas que los mezclan con banqueros, cardenales, potentados de los negocios económicos, políticos en ejercicio del poder, grandes intelectuales o triunfadores en el mundo de las artes y las letras, el deporte. Y las clases más explotadas los inmigrantes, sean mujeres o niñas y también niños y jóvenes constituyen una de sus más miserables fuentes de negocio– conforman esa atroz realidad que se complementa con la más perniciosa y explotadora pornografía en la que la puritana Estados Unidos ostenta la supremacía del negocio y que van aliadas a la tortura, la degradación del ser humano, la explotación más inhumana que existe y hasta la muerte-asesinato como punto final a los desdichados que con sus “servicios” intentan sobrevivir.

Pero, y para referirnos a lo que se denomina actualidad, a los ídolos de esa gente no los toquemos. No toquemos ni critiquemos sus ingresos que debieran producir náuseas y rebeliones –como ocurre con los grandes banqueros y empresarios– en una sociedad que explota hasta la iniquidad el trabajo y la vida de millones de ciudadanos. Si delinquen además a la hora de pagar impuestos, nadie pide inmediata cárcel para ellos. La “gente” aplaude a sus ídolos y triunfadores y se burla y ataca a quienes osen atacarles. E igual ocurre si son depredadores sexuales que se ríen de las víctimas a las que explotan por unas monedas: no se les pueden pedir responsabilidades, lo importante es que continúen recibiendo sus vítores y apoyos. Pasa igual que con las banderas. Aunque estén manchadas de corrupción, de sangre, se envuelven en ellas. También los nacionalismos son ajenos a las posibles culpas y miserias de quienes los representan. Importan más los dibujos o colores de los trapos, los himnos, los cánticos, las multitudes que los cobijan, para las “gentes” de Hitler, Franco, Stalin, Perón, etc.

No, no son temas para hablar, dialogar pausada y profundamente a la hora de tratar de política, de realidades humanas y colectivas. Que sigan las ceremonias, los espectáculos televisivos –importa más cómo visten y actúan sus protagonistas que los contenidos y reflexiones de las palabras que pronuncian– que se emplee la palabrería reducida a alguna frase mal escrita en esos que llaman medios de comunicación, y el vocinglerío.

Votadles, votadles, que después, cuando el espectáculo ya sea poder, la palabra seguirá muerta, pero los depredadores internacionales que ahora olvidáis, os seguirán apretando el dogal al cuello, que el pensamiento cada vez existe menos. Ah, y que triunfen en el deporte, el cine, donde sea, los de las “gentes”, aunque sean depredadores económicos, sexuales, morales. Serán sus ídolos intocables.

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