El camino de la Paz

Por Juan Tomás Frutos

Me cuesta trabajo pensar que la envidia prolifere tanto como se suele decir. Hay en nuestro país una especie de leyenda tan histórica como urbana, diríamos ahora con un lenguaje más moderno, en el sentido de que existe un excesivo mirar hacia lo que hacen los otros, a los que tratamos de detener, o, sencillamente, no los valoramos como deberíamos, en vez, pienso, de otear qué es lo que podemos llevar a cabo para que fructifiquen más y mejores actividades.

No sé si es real, subrayo, esto de la envidia como pecado universal, pero lo que sí es cierto es que, de emplear el mismo tiempo en combatir los malos hechos, las malas circunstancias, e incluso el pasotismo sobre penurias endémicas, que el que desarrollamos para críticas destructivas en situaciones más o menos neutras, con seguridad que esta nación, todos los países, ganarían muchos enteros de presente y de futuro. Convenimos acerca de esta reflexión, pero también es palpable que aprendemos con acontecimientos y no de los vocablos.

Hay una tarea impagable en las organizaciones no gubernamentales. La hay en los que entregan su tiempo y sus vidas en favor de quienes no ven sonreír sus existencias como a todos nos gustaría. Los hay que vigilan tierra, mar y aire por y para nuestro bienestar. En todos los campos de la acción social se desarrollan faenas sin las cuales muchas cuotas de felicidad no serían tales. La eterna crisis se supera así, y no de otro modo.

Apoyar con tesón sus causas, sus proyectos, sacarles de las fatigas, de sus quehaceres a veces sin ecos colectivos, o no en la medida precisa y suficiente, es una obligación social para que el universo tenga un futuro honroso. Padecemos, igualmente, a los empeñados en negatividades que no valen para nada: solo generan desasosiego. Creo que lo halagüeño genera ilusión. Le preguntaron una vez a una monjita qué objetivo tenía el rezar. Más allá, o, en paralelo, del hecho religioso, señalaba que le faltaban horas en el día. La necesidad de positivismo es enorme.

Por eso, creo que es un buen aliciente reparar en quienes comparten en la calle, en quienes ayudan en fundaciones, en quienes reparten comida o dedican horas y dinero a aquellos a los que la existencia no ha tratado tan maravillosamente, como sería deseable.

Sé que esto está dicho, e incluso mejor dicho, por otros y en muchas iniciativas y conceptualizaciones. Como lo que valen son los hechos, os pido que sigamos los itinerarios de quienes anónimamente cada día salvan el mundo. De ellos es el verdadero reino de la Paz, que, como recordaron Gandhi y la madre Teresa de Calcuta, es el camino.

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