El Episcopado ataca de nuevo

Por Teresa Gurza

No es la primera vez que los monseñores mexicanos tiran piedras y esconden la mano y que violando la ley, salen a la calle a demandar imposibles.

Históricamente la Iglesia Católica se ha opuesto a muchos adelantos y más en México, donde nos han tocado jerarquías en su mayor parte conservadoras y obsequiosas frente a los poderes económico y político; además de liosas y chismosas, como les reprochó el papa Francisco, en su visita de febrero pasado a nuestro país.

Los obispos mexicanos han hecho campañas prácticamente contra todo: expresiones artísticas y películas, libros de texto gratuitos, legalización de las drogas que acabaría con matanzas y ganancias millonarias, uso de condones indispensables para prevenir enfermedades venéreas y embarazos adolescentes, y vacunas que han evitado muertes y enfermedades infantiles.

Ordenaron o impulsaron durante siglos guerras fratricidas, discriminaciones contra indios, mujeres y pobres; negaron a los suicidas entierro en la “tierra sacra” de los cementerios que ellos regenteaban; y calificaron como hijos “ilegítimos” y “naturales”, a los nacidos fuera del matrimonio religioso, único que ellos reconocen; y han llenado la vida de prohibiciones, como la del Índice de libros que no podían leerse por inmorales; aunque tal veto no funcionara para ellos.

Reacios a darse cuenta que el tiempo y la ciencia han triunfado sobre la mayoría de sus prejuicios, no se resignan a perder influencia y continúan atemorizando a sus feligreses con el infierno, para que los obedezcan.

Ahora están furiosos porque el Congreso puede reconocer el derecho irrenunciable de amar a quien se quiera, vivir con quien se quiera y contraer matrimonio con quien se quiera; y pese a que varios de ellos encabezan marchas y protestas, mienten al afirmar que no son los organizadores y que solo cumplen con el deber de pastores que acompañan a sus ovejas.

Sostienen que matrimonio solo es el de un hombre con una mujer; pero suelen decir que están casados con la Iglesia, sin que nadie les objete esa rarísima unión, llame a manifestaciones para impedírselos o los castigue por incumplir sus votos matrimoniales con amantes hombres o mujeres, a los que algunos someten contra su voluntad; como en los innumerables casos de niños abusados por sacerdotes pederastas, que han contado con el apoyo y la complicidad de sus superiores.

Presumen que las monjas están casadas con Cristo, pero no he sabido que por eso la sociedad las repruebe; más bien son ellos, los que las vigilan regulando toda su vida comunitaria y metiéndose hasta cuestiones tan tontas, como el largo y ancho de sus hábitos religiosos.

La medicina moderna lo niega, pero los ilustres prelados siguen sosteniendo que la homosexualidad y el lesbianismo son enfermedades y prometen el infierno a quienes persistan en esas “desviaciones”; pero como son oportunistas, presidieron felices la Misa por Juanga.

Y como se oponen a que el Estado proteja a todas las familias, sea cual sea su composición, pretenden impedirlo envenenando a los creyentes con falsedades; tal como lo hacían hasta hace muy pocos años contra los comunistas, al amenazar con el fuego eterno a quienes se relacionaban con ellos.

Claro que ha habido y hay excepciones y que han existido y existen religiosas, obispos y sacerdotes, que nada tienen que ver con esos comportamientos; pero está claro también, que es el Episcopado Mexicano el aparato eclesiástico que se escuda tras el Frente Nacional por la Familia, en su oposición a la iniciativa de Peña Nieto para reformar las leyes y reconocer las uniones civiles entre personas del mismo sexo; derecho que se respeta ya, en las legislaciones de muchos países del mundo.

Y en esta nueva asonada, no se miden en mentiras; como esa, de que los libros de texto promueven el sexo desde la infancia y que el gobierno está forzando a niñas y niños de kínder a que decidan si quieren ser hombres o mujeres y que los apoyará para cambiarse de sexo, sin conocimiento de sus padres.

Al igual que en otras cruzadas que han emprendido, los obispos están hoy impulsando una campaña de odio que puede generar violencia y asesinatos; en lugar de llamar, como es su obligación, a la aceptación de la diversidad, la tolerancia y el entendimiento. Y no me sorprendería que sean los promotores de la petición para que renuncie Peña Nieto; de quien dicen traicionó el pacto que al subir al poder hizo con ellos, para evitar que se dieran tales reformas.

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