Por Joaquín del Río Está escandalizada la gente por las andanzas de ese bribón al que llaman 'pequeño Nicolás ', cuya historia es tan vieja como el mundo; seguramente, no es más que un chapero cuyos clientes están bien situados en la España del Partido Popular. Aclaro desde ya que chapero es el término que identifica a los prostitutos de los homosexuales... pero no putos, porque los clientes de estos son mujeres y los de los chaperos, hombres. Así que este tal Nicolás seguro que se dedicaba a mantener relaciones homosexuales con el cliente que le contratara... como el actual secretario de Estado de Comercio, el que fue asesor personal de las Infantas y vaya usted a saber quién más. Y él utiliza ahora esas relaciones para chantajear a sus clientes, seguramente con fotos de cuando era menor. Que a ese niño le han abierto puertas es evidente —"puertas que sólo se abren desde dentro", he dicho alguna vez—, pero que él las aprovechó también; y la primicia de
Por En Cierta Medida Decía Aristóteles que los enemigos entre sí no tienen en común ni siquiera el camino. Se supone que la sentencia del Filósofo vale tanto para la rivalidad entre la Coca-Cola y la Pepsi-Cola como para los que se sienten de los Rolling o de los Beatles, tanto para la polémica entre racionalistas y empiristas como para la lucha entre partidarios de la intervención del Estado en la economía y los convencidos de los beneficiosos efectos de la mano invisible del mercado, tanto para la guerra entre materialistas e idealistas como para la competencia entre creyentes y ateos. Por supuesto, las palabras de Aristóteles también valen para el fútbol. Pero Aristóteles, con perdón, no siempre tenía razón. Puede que el camino de la Coca-Cola no coincida con el de la Pepsi-Cola y que materialistas e idealistas no quieran compartir ni siquiera el camino, pero en el caso del fútbol la rivalidad entre aficionados del Barça y del Madrid, del Liverpool y del Everton o del Inter y del Mi
Por Paco Audije Cuando España se adhirió al proyecto europeo, el muro seguía en Berlín. Un año después lo crucé a pie con mi hermano Antonio , que entonces vivía en “Alemania Occidental”. Era un país que tenía aún su soberanía limitada por las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial. Entonces, atravesamos con un visado de tránsito “la Alemania del Este” en un automóvil matriculado en la RFA. Las normas no nos autorizaban a salir de la autopista, que tenía una limitación de velocidad muy firme. Si sufríamos una avería, debíamos esperar la llegada de la policía de “la Alemania Oriental” para solucionar el problema que tuviéramos. En ningún caso, con nuestro visado de tránsito, teníamos derecho a desviarnos hacia el pueblo inmediato para pedir ayuda mecánica o de ningún otro tipo. A principios de 1989, crucé de nuevo el muro en el mismo Checkpoint Charlie. Lo hice en autobús con un grupo de turistas que –en realidad– eran soldados estadounidenses acantonados en Berlín Oest
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