La desigualdad de género en Guatemala

Por Ileana Alamilla

Abordar los temas de mujeres a veces parece absurdo, algunos creen que es una forma de autoexcluirse, pero es imperiosa la necesidad de que nosotras destaquemos algunos aspectos que son parte de nuestros derechos inherentes como seres humanos permanentemente ignorados, violentados e incluso presentados como burla.

Es obvio que nos ha tocado librar luchas desiguales en todos los campos; que a muchas solo se les considera como “cuidadoras” de alguien más, como esas personas a quienes se les asigna el papel de madre, de educadora, de enfermera, de psicóloga y todos los oficios y profesiones que atañen a alguien que se tiene que dedicar a los demás. Hay que aclarar que asumimos con toda ternura y amor esas funciones, pero hacemos mucho más que eso.

Fue hasta hace pocos años cuando los hombres empezaron a asumir algunas tareas que antes eran exclusivamente atribuidas a las mujeres, como hacerse cargo de los niños, además de llevarlos a la escuela, que era algo representativo de un símbolo de estatus y que aportaba a la imagen de un buen padre. Hoy día ellos también cambian pañales, cargan a los niños, se desvelan y, junto a su compañera, los cuidan y los forman. Por supuesto que todavía persisten muchos que siguen apegados a los arcaicos estereotipos machistas, que reducen el rol de las mujeres al ámbito privado.

Se ha discutido sobre el papel de la mujer desde varias ópticas, unas muy conservadoras donde también se sitúan congéneres nuestras, pero hay otras mucho más avanzadas. Por lo general los aspectos en discusión se han centrado en la violencia por razón de género y con razón, dado que ha sido un delito cometido con toda impunidad, hasta que se legisló y ahora las mujeres están más protegidas y han perdido el miedo a denunciar.

Esto no quiere decir que esa violación a derechos humanos no continúe, pero también sigue el esfuerzo social por erradicarlo. Los medios ya hacen enfoques más ecuánimes y apropiados al respecto.

Otro asunto muy grave es el incremento de embarazos en niñas y adolescentes, a pesar de que entidades especializadas como el Observatorio de Salud Reproductiva han hecho titánicos esfuerzos para que el Estado y la sociedad contribuyan a que este aberrante y despreciable problema se erradique.

Está más que probado que las niñas y adolescentes no están preparadas, ni social ni físicamente, para ser madres; que quien embaraza a una menor comete un delito, robándoles el derecho de disfrutar de esa etapa de su vida, limitándoles sus oportunidades de desarrollo y truncando sus vidas.

Es horrible saber que niñas de diez años han sufrido violación y han dado a luz a otro ser. Y más tremendo aún que los agresores son padres, familiares o personas cercanas a ellas. Los medios de comunicación han contribuido a difundir de manera apropiada estas noticias que antes no ocupaban espacios en la prensa, lo cual debe ser reconocido y aplaudido.

Ahora más mujeres han ingresado a la educación superior, al grado de que su matrícula estudiantil es más alentadora, ya que el año pasado el 53,6% de los estudiantes inscritos en la Universidad de San Carlos eran mujeres. Sin embargo, cuando se analizan aspectos referidos con el trabajo y las categorías de los puestos, hay una tendencia generalizada a que las mujeres perciben menos salario que los hombres, en la misma categoría de empleo.

Estudios especializados lo demuestran. El año pasado el informe del Foro Económico Mundial (FEM) indicó que aunque las mujeres están mejor educadas que los hombres en todo el mundo, sus posibilidades de ascender a posiciones de liderazgo son de solo el 28% en comparación con los hombres y continúan recibiendo salarios más bajos que ellos. Y la consultora McKinsey indicó que la desigualdad de género no es solamente cuestión moral y social, sino es un reto económico.

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