Ya sólo falta el PSOE

Por Aníbal Malvar

Se ha ido dirimiendo estos días el rumbo que van a tomar las principales naos políticas en el proceloso mar de España. Todos han elegido su derrota (acepción náutica), menos el PSOE. El Congreso del PP confirma que nuestra derecha tradicional va a continuar con su tancredismo democristiano que traiciona con idéntica impiedad la democracia y los principios básicos del cristianismo. Ciudadanos ha vivido una implosión espectacular, pasando de socialdemócrata a liberal-progresista en solo un rato, sin dar a sus bases tiempo de saber qué tienen que ponerse ahora en los mítines. Podemos se ha decantado por echarse a la puta calle, a la querida calle, a la abandonada calle, sin darse cuenta de que han dejado en la calle el cadáver de un niño muerto (y no me refiero a Errejón en chiste fácil, sino a la esperanza y tal: al menos, de momento).

El caso es que el PSOE se ha metido en una procela digna de Lope, pero que, como Lope, aun puede resolver con brillantez. "Un soneto me manda a hacer España,
en mi vida me he visto en tanto aprieto".

Uno de los graves problemas que siempre ha tenido este PSOE de a democracia última es que jamás se ha tenido que definir ideológicamente. Triunfó sin necesidad de él, pues la palabra socialista en su siglas, aun sin contenido, ya era suficiente para concitar la aquiescencia del antifranquismo sociológico, que tenía más miedo al pasado que al futuro; que incluso tenía más presente, en su voto, el pasado que el presente o el futuro (vaya rollo que os estoy largando).

El caso es que ese tiempo ya ha pasado. La incultura política española que sustentaba esa estrategia ya está superada. Llevamos cuarenta años votando, disfrutando de medios de comunicación más o menos libres. Se notó desde el 15-M y se sigue notando cada vez que te trae a pizza a casa un doctorando en física nuclear. El PSOE ya solo engaña a un electorado muy mayor invocando en falso la palabra socialista: el 85% de los menores de 45 años no votan al partido de la rosa, según el CIS. Su voto se ha concentrado en jubilados con escasos estudios, víctimas del régimen franquista que durante 40 años soñaron con poder decirse camarada socialista por las calles.

El caso es que, tras la definición de estrategias y orientaciones ideológicas del resto de partidos con posibilidades reales o remotas de gobernar, el PSOE se enfrenta al delicioso terror de la página en blanco: tiene que definir cómo jugar conociendo ya las alineaciones y tácticas de los equipos rivales. Si le dieran eso a Lopetegui, volveríamos a ser campeones del mundo incluso con un equipo menos orfebrero que el que diseñó Luis Aragonés (Del Bosque no diseñó, futboleros quisquillosos: solo heredó).

 Mientras se enfrentan al mencionado terror al mapa en blanco, los socialistas del aparato se van consolando con las golosinas del CIS, que venden a precio de percebe en los medios de comunicación tradicionales. Ligero repunte en intención de voto y Javier Fernández, presidente de la gestora socialista, como el mejor valorado de los líderes actuales de los cuatro grandes partidos. PSOE y televisiones y periódicos de orden han interpretado esto como que los españoles estamos que no meamos de alegría con la abstención socialista que encumbró a Mariano a su tancrédica inmortalidad.

Olvidan matizar que a Javier Fernández no lo conoce el 70,6 de los interpelados. Y que muchos de los encuestados que lo valoraron como el campeador de las encuestas provienen del PP y de Ciudadanos.

Aunque el miércoles es uno de los siete días de la semana que tengo reservados para no dar consejos, da la impresión, aquí desde el frío de la calle, que al PSOE le urge más buscarse una ideología y convencernos de ella que alumbrar un candidato. Sobre todo después de lo que le sucedió a Pedro Sánchez, a quien descabezaron de la poca cabeza que tenía por intercambiar móvil con Gabriel Rufián y por reconocer en privado que no le importaría tener un vicepresidente con coleta. Las ideas deben de tener máas peso que las caras, sobre todo pensando en el futuro: porque las caras envejecen inevitablemente y las ideas, no. O eso me dijo mi cirujano estético la última vez que me fui a poner botox en los párpados y en la prosa.

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