EDITORIAL / Arabia

Acude el Rey de España a cumplimentar a la familia real de Arabia Saudita y habla con ella de armas y otras cosas que puede venderles España. Pero en ningún momento se mencionan los derechos humanos, pese a que en el país una mujer puede ser condenada por conducir un coche. Ni tampoco otras cosas que puedan molestar... ni por parte del monarca ni por parte del Gobierno, cuyo ministro de Exteriores se fue antes de tiempo.

Sorprende que Felipe VI haya podido entrar en el país, ya que no puede hacerlo nadie que no sea musulmán, pero con los amigos de la familia real debe de ser distinto. Al fin y al cabo este visitante no es un don nadie sino el hijo de un gran comisionista en Occidente: en efecto, Juan Carlos I se llevaba una parte por cada barril de petróleo vendido a España –lo que es muchísimo, ya que se compran millones de barriles cada mes–; de este extremo no hay pruebas, pero debe de ser verdad lo que se dice porque el hijo de don Juan llegó al trono con una mano delante y otra detrás y se fue como multimillonario.

También debe de haber hablado el marido de Letizia de la construcción del tren de alta velocidad Medina-La Meca, una obra conseguida para España por Corina la amante de Juan Carlos y que va muy retrasada. O de algunos otros trabajos, como los que realizan allí algunas constructoras de aquí.
Pero no por este interés de nuestra monarquía, Arabia Saudí es menos impresentable. Del nombre a abajo, todo es allí indecente: Arabia Saudita significa 'la parte de la Península Arábiga regida por la familia Saud', como si España se llamara 'Iberia Borbónica'.

Así es que cualquier español de bien tiene dos obligaciones con este viaje: alegrarse de lo que traiga de bueno en lo económico y renegar de ello porque quien lo ha encargado tiene las manos manchadas de sangre (la del atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, sin ir más lejos). De modo que habrá que buscar mejores amigos para España y para nuestros Borbones.

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