El discurso educa, pero la presencia más

Por Sara Lovera

Lo sucedido el sábado 21 de enero de 2017 en 673 ciudades del mundo, con la Marcha de las Mujeres (Women´s March, en inglés), mostró que a lo largo de 40 años la segunda ola del feminismo pudo horadar y ser hoy un elemento movilizador real. Millones de mujeres fueron convocadas para defender todo lo construido por el movimiento feminista internacional a lo largo de cuatro décadas. En la conciencia y en las acciones.

No es poca cosa, a pesar del atraso del discurso de los medios, hablando en masculino, diciendo “los organizadores”, generalizando el concepto como “quienes se oponen a Donald Trump” y minimizando el corazón de la protesta. No todos, pero la mayoría.

La movilización de cientos de miles de mujeres, por todo el mundo, y en decenas de ciudades de la Unión Americana es un claro repudio al nuevo presidente de Estados Unidos, por su dicho y acción sexista y misógino. Todavía hay quienes minimizan esta convicción, la de nuestra libertad del cuerpo y eso que se llama Derechos Civiles. A pesar del machismo rampante y hechos como la violencia contra las mujeres.

Hoy no es gratis que las mujeres hayan convocado, sí, a otros sectores amenazados por la nueva era Trump, y lo hicieron de Washington a Nueva Delhi, condenando la retórica sexista, inadmisible gritaron miles de voces en el globo y claro esa misma retórica racista de Trump, quien desde el inicio de su campaña electoral, ha denigrado a minorías, religiones y grupos raciales.

Se trató de la protesta más diseminada, encabezada por la mujeres, la más grande de que se tenga memoria, pero producto de la tarea feminista sistemática, permanente, de quienes estamos convencidas, en todos nuestros actos, en nuestra vida, de que un mundo donde sean discriminadas las mujeres, no puede llamarse ni moderno, ni democrático. Que nuestras voces, como en los años 70, siguen siendo trasgresoras y que a cada paso adelante que damos tenemos respuestas agresivas y, ahora, feminicidas; que todavía hay quienes a nuestro discurso lo consideran disruptor (que rompe el orden o cambia paradigmas) e incluso “intelectuales” que hablan del posfeminismo.

La convocatoria fue como la de Clara Zetkin y Rosa de Luxemburgo quienes advirtiendo el proceso que llevó a la Primera Guerra Mundial, en 1910 y 1911, llamaron a la primera gran conferencia mundial por la Paz; parecida a la inmensa marcha en la Unión Americana en 2004, calculada en un millón de mujeres, para defender la resolución del caso Roe V. Wade, 410 U.S. 113 (1973) considerada histórica en materia de aborto inducido ya que, por su jerarquía, anuló las leyes que penalizaban el aborto en los distintos estados e impedía legislar en su contra ya que podía ser considerado como violación del derecho constitucional a la privacidad.

Tanto como la realizada en 1969, en varias ciudades del mundo, contra la guerra de Vietnam o la sorprendente demostración de 1993 que inauguró las movilizaciones en San Francisco, (hoy mundial) sobre el orgullo gay.

Este sábado lo que no tiene precedente es el discurso: por la libertad de nuestro cuerpo, por nuestros derechos civiles (rebautizados como derechos humanos de las mujeres), por nuestra lucha feminista (erróneamente confundida como lucha de género).

Esa presencia que ha quedado en millones de muros de las redes sociales, en archivos de las televisoras y medios alternativos de comunicación, en el Twitter y otras redes; en la experiencia de las y los movilizados, en el recuerdo que se suma a la marcha nacional en 23 ciudades de abril 24 contra el hostigamiento sexual, deja en claro que somos y estamos vivas, que estamos en lo nuestro, que no somos las de los 70, que son nuestras hijas, sobrinas y en algunos casos las nietas.

Que la vejez de mi generación se expresa en algunas que creen que no pasa nada y otras que dicen que no hay con quien, dejó demostrado que si pasa y si hay con quien.

¿Cuál es la diferencia? Que hemos dejado de identificar al patriarcado como algo simbólico y materializado solo en las instituciones, poner el dedo en la llaga, está en el poder, que tiene nombre, personaje, generación y multitudes contra nuestra idea de sociedad en la que las mujeres seamos humanas, en todos los espacios, tiempos y latitudes; que es inadmisible hoy suponer que nos pueden volver al pasado; que no hay estrategia que valga y que oculte esa esencia de la diferencia convertida en discriminación; que hay cambios y que son reales, aunque  pocos.

Mientras las mujeres tomaban todas la calles de Washington, con sus gorros de gato color magenta, oía la crónica de una televisa hablando de “los que protestan”, sin referir una sola de nuestras consignas; o la primera plana de La Jornada, “Repudio Global contra Trump”, cuando la noticia era, mujeres movilizadas en todo el mundo en protesta por la misoginia; mujeres que convocaron a todo el mundo a repudiar a Tump por misógino y sexista, racista y miserable. ¡No era increíble!

En lenguaje avanzamos, esta vez las y los lectores de noticias en Milenio, para ocultarnos, una y otra vez decían “las personas movilizadas, las personas pacíficamente protestando”; era imposible poder decir claramente, con toda certeza, el llamado de las mujeres, por la amenaza sexista, fue escuchado. Esa objetividad periodística que nos hace tanta falta.

¿Y después? A pesar de todos los dichos –nos faltan los análisis sesudos–, las imágenes son incuestionables. 673 ciudades, durante varias horas rechazando al machismo, eso no podrá olvidarse. Decía Vicente Lombardo Toledano, (fundador del Partido Popular) que el discurso educa, incluso aquel que puede no tener credibilidad, y si al discurso masivo se agrega la imagen, la presencia, estaremos hoy en la seguridad de que por primera vez de esta manera hombres y mujeres escucharon que las feministas están vivas, que están convencidas de la lucha por la libertad no sólo de su cuerpo, que lo ganado nadie nos lo quita y que estamos conscientes de quien o quienes son los enemigos.

Eso, a pesar del ocultamiento, los falsos analistas y la ceguera (o Gino pía) que hace que grandes o elementales periodistas no sean capaces de ver la realidad, aun cuando tiene color fuerte (rosa mexicano, magenta o rojo) y las voces sean femeninas.

Ahí nos acompañaron en este esfuerzo Madona, Ángela Yvonne Davis, quien a sus 72 años no olvida; ella filósofa, política marxista, activista afroamericana, quien no ha dejado de marchar y cree en sus principios. Hoy profesora del Departamento de Historia de la Conciencia en Universidad de California en Santa Cruz, Estados Unidos. Ser feminista, no debe causar temor, ni culpa. Si importan todas y todos, pero el corazón nuestro, está en la libertad. Una megamarcha no podría haber sido sin esto, se llama convicción y claridad.

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