El DLem25 y el nacionalismo

Por Yanis Varufakis

Hace un año, el voto al OXI en Grecia fue un NO punzante a la UE autoritaria y austera controlada por la troika, y un SÍ majestuoso a una Europa democrática. Este mensaje es hoy más relevante que nunca.

Desde el pasado verano, el aplastamiento del OXI griego reforzó las fuerzas centrífugas que están desgarrando Europa y engendró el lamentable tratado sobre los refugiados entre la UE y Turquía que también sacrificó el alma de Europa por la xenofobia. El Brexit fue una consecuencia natural, una de las muchas que están por venir. Ahora que estamos en esta pendiente resbaladiza, Europa se desliza veloz hacia el ciclo vicioso del autoritarismo, la austeridad autodestructiva, la deflación de deuda, la xenofobia y los problemas bancarios (debido a la proclamación europea de una unión bancaria que viola el significado mismo del término).

Limitarse a las “normas” existentes es imposible sin perder el sueño de una Europa sin fronteras, transnacional y democrática. Y perder el sueño de esa Europa significa una nueva caída, esta vez al nivel del estado-nación, a una forma de nativismo que alude a la soberanía mientras promueve los desarrollos económicos que impiden la democracia. Matteo Renzi está en lo cierto, por tanto, en protestar contra las “normas” que son perjudiciales tanto para el estado-nación italiano como para la Unión Europea.

Pero se equivoca al no usar el poder de su cargo para convocar una Cumbre de la UE que debata y rediseñe estas “normas” inaplicables y autodestructivas.
Como han demostrado el Brexit y las encuestas de opinión recientes, ya no es tan evidente para grandes sectores de la derecha y de la izquierda que la disolución de la UE sea peor que su continuación en su inercia de que-todo-siga-igual. El statu quo cada vez está perdiendo más afectos y estabilidad tanto desde la derecha xenofóbica como desde una izquierda proclive a volver al seno del estado-nación con la esperanza de restaurar unas metas progresistas sobre las bases de la recuperación de la soberanía nacional. Esta coalescencia entre los relatos antieuropeos tanto desde la derecha como desde la izquierda es la proyección de un trasfondo de la crisis económica y de legitimidad de la UE sobre las campañas de las políticas visibles.

Stefano Fassina ha escrito recientemente en Il Manifiesto que todas las exigencias para democratizar la UE son vanas y retóricas. Que no existe un demos europeo, sino tan solo losdemoi nacionales con convenciones lingüísticas, culturales y sociales separadas, que conforman la base para proyectos políticos comunes. Viniendo de la izquierda, este argumento representa un momento preocupante para la izquierda italiana. Si lo analizamos detenidamente, el argumento de que el estado-nación y el demos corresponden a una unicidad (una nación, una lengua, una cultura, un parlamento, una moneda) ha sido el argumento tradicional de los conservadores británicos inspirados por Edmund Burke, que también tiene sus ecos en Marine Le Pen. Es un día triste (indicador del daño que los fracasos de la UE han infligido sobre, entre otras, las políticas progresistas europeas) cuando la izquierda le gira la espalda a su internacionalismo instintivo para adoptar un nacionalismo, una perspectiva esencialista.

El problema con el argumento de Fassina es la burda equivocación de base respecto a qué constituye un pueblo. La concepción esencialista de un único demos nacional ha sido siempre una herramienta del establishment, y de la extrema derecha, para disimular las múltiples capas de la lucha de clases y para suprimir el disentimiento al lanzar la “nación” en contra del “otro”; de forma tal que, según el argumento, es imposible compartir la soberanía, la toma de decisiones, el parlamento, etc. ¿Ha olvidado la izquierda la gran observación de Antonio Gramsci de que un demos (popolo) no preexiste a su propia movilización política, y que un pueblo emerge a partir de las luchas conjuntas? ¿Pretende Fassina decirnos que la precaria juventud italiana no puede formar una coalición con los “mini-jobbers” alemanes contra, digamos, las élites evasoras de impuestos de todos los estados de la UE?

¿Se siente feliz de rechazar la idea de que hay más en común entre los miles de voluntarios que ayudan a los refugiados en Italia y en Austria que entre ellos y Matteo Salvini y Norbert Hofer? La tarea de las políticas ambiciosas es convocar a estas alianzas para que actúen como el fundamento de la movilización de la izquierda. Rechazar la misma posibilidad de una movilización común paneuropea que configure un demos transfronterizo y multiétnico es rechazar la raison d’être de la izquierda. Y rechazar la raison d’être de la izquierda en nombre de… nada menos que la izquierda, es caer desprevenidamente en la trampa de un nacionalismo en cuyo sino no hay lugar para las políticas progresistas ni de izquierdas.

El nuestro, por supuesto, no es un argumento para priorizar el nivel europeo sobre el nacional. Es, simplemente, un argumento para no priorizar el nivel nacional sobre el europeo y es, con toda certeza, un argumento de izquierdas a favor de la estrategia de estar “dentro” y “en contra” de la UE: una campaña política de permanecer DENTRO de la UE por tal de luchar contra su autoritarismo institucionalizado. Las políticas centradas en el estado-nación son cruciales, igual que las políticas municipales. Pero retraerse a posiciones nacionalistas, como las de Fassina, es lanzar la toalla en una lucha a dos bandas contra la derecha nacionalista y el establishment transnacional de Bruselas y Frankfurt que es responsable de la fragmentación de la UE.

Para combinar la soberanía democrática en nuestras ciudades, parlamentos nacionales y más allá necesitamos un movimiento paneuropeo con el poder de organizar, movilizar y galvanizar por toda Europa, con todo un despliegue de acciones que van desde la desobediencia civil hasta un buen lobbying, y centrándose en todos esos europeos (la mayoría) que no se sienten representados ni por el statu quo ni por los nacionalistas. La soberanía en casa, a nivel de nuestras ciudades y países, solo puede conseguirse mediante las luchas que están forjando el demos europeo que, una vez forjado, exigirá una constitución paneuropea federal y democrática.

Fue en un momento de crisis aún mayor que el actual cuando Altiero Spinelli, en 1942, confinado por el régimen fascista en la isla de Ventotene, esbozó por primera vez la visión de una Europa unida basada en la democracia transnacional y la justicia social. Hoy, los progresistas de Italia necesitan recuperar ese espíritu y confianza de que nuestro continente puede ser salvado de unos nuevos años 30 mediante una lucha democrática paneuropea.

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