Convivencia humana

Por Juan Tomás Frutos

Observemos algunos ejemplos. Hay personas que cuando hacen un trayecto corto no cogen el coche. Caminan. Son ciudadanos que piensan no sólo en el ahorro, con la consiguiente economía familiar: también tienen en cuenta que se gasta menos gasolina en global, que resta para mejor ocasión, y, al mismo tiempo, defienden el ecosistema. Todo eso sin olvidar que el aparato locomotor lo agradece. Vivimos más sanos cuando movemos las piernas, lo cual, como dice el aserto, implica que bombee óptimamente el corazón. En teoría, al parecer, todos lo tenemos diáfano.

En paralelo, encontramos a compañeros y vecinos que gustan de emplear la bicicleta para pasear o para trayectos cortos cotidianos. Son, suelen ser, personas alegres que se toman la existencia con más calma, y que tratan de deleitarse con el paisaje y el paisanaje en sus singladuras recurrentes, que suelen realizarse a golpe de pedal, y, por lo tanto, a ras del suelo, saboreando el medio ambiente.

Hay quienes aprecian los pasos de cebra. No son demasiados, pero aspiramos a que sean más, y por este motivo colocamos en el frontispicio de esta colaboración literario/periodística su afán y su enriquecido modelo de convivencia. Los estimamos por su coherencia.

Convendría resaltar, igualmente, el gran parangón que surge de quienes no discuten desde el coche o hacia el vehículo más próximo. Ellos, sin duda, son los reyes de la Tierra. Son los pacíficos, los que no creen que son más por el hecho de ir en lo que podría ser erróneamente interpretado como un fortín. Recordemos que no viajamos en palacios o bunkers: son elementos para desplazarnos más cómodamente y para ser más felices. No son, reiteremos, equipos modernos de combate.

Más deprisa
Sin embargo, a veces nos empeñamos en ir más deprisa de la cuenta, más cansados, más rotos, más idos de lo aceptable, más enfrascados en sustancias de lo que se permite y tolera, más y más… Y así no salen las opciones, que las perdemos con los puntos del carnet y, por desgracia, en forma de accidentes y de dolor. Las defenestraciones de las propias vidas se ubican en el umbral de una batalla inútil que no debería ser así. Las pugnas siempre lastran.

Ser civilizados es algo más que una sentencia o una situación financiera más o menos holgada. La civilización supone valores como son la entrega, la amistad, la solidaridad, los buenos deseos, la interacción en positivo, el apoyo, la defensa de la razón, la igualdad, la libertad, el amor… Todos ellos no tienen sentido sin el respeto, sin la educación, sin querer a los demás como a nosotros mismos. En el tráfico cotidiano, en el devenir de cada día, igualmente.

La convivencia humana tiene en sus procesos específicos una radiografía de los variados resultados generales. Por eso poner como muestra un botón, como el mentado, puede ser aleccionador, si queremos aprender, evidentemente.

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