Historia del PSOE (I)

Por José Padilla

Días después del resultado favorable al abandono del Reino Unido de la Unión Europea, en los periódicos se hablaba de todos aquellos que estaban arrepentidos. En el Independent podíamos leer que hasta un 7% de los que votaron por la salida se arrepentían. Si bien es verdad que un 3% de los que votaron por la permanencia abogaban ahora por la salida, el resultado tras los cambios se acercaba al empate absoluto. Como se podía leer en el Washington Post, algunos de los que votaron por el leave se declaraban atónitos por el resultado. “Estoy impactado de que hayamos votado por salir de la UE, no pensé que iba a pasar. No pensaba que mi voto fuera a contar mucho porque pensé que simplemente nos quedaríamos.” Otro de estos votantes sentía que “genuinamente me han robado el voto” y unos cuantos se quejaban de la retórica empleada como motivo del (fallido) voto. En todo caso, incluso tras la votación, una décima parte de los votantes creían sinceramente que el Brexit no se iba a producir.

Volveremos sobre este punto, a propósito del PSOE, al finalizar la serie de artículos. Ante la crisis interna del PSOE, desde la izquierda se ha criticado duramente lo que algunos han calificado de “golpe de Estado”. Por su parte, las críticas a González han sido variadas y de diverso gusto. La que fuera Ministra de Vivienda con Zapatero, María Antonia Trujillo, escribió un Tweet diciendo que “Felipe González ya se había cargado el PSOE cuando abandonó el marxismo y fracturó el partido con los históricos de Llopis y los renovadores de él”.

Por su parte, El País ha vuelto a ser foco de las iras tras el llamativo editorial que calificaba a Pedro Sánchez como “insensato sin escrúpulos”. A estas alturas, es un lugar común decir que El País no es lo que era y que se ha convertido en un “instrumento del capital”.

Asimismo, llama la atención que Felipe González haya afirmado que se siente personalmente “engañado y defraudado por Pedro Sánchez”. González añade algo paradójico al hilo de su historia personal: “me siento engañado porque me dijo que iban a hacer una cosa y luego fue otra (…) Si ha cambiado de posición, desde luego no se lo ha explicado a nadie y tendrá sus razones; me siento engañado y ha creado confusión en el partido y mucha más en el país”. Por su parte, llama la atención la siguiente parte del editorial de El País, en referencia a Pedro Sánchez: “hemos comprobado que sus oscilaciones a derecha e izquierda ocurrían únicamente en función de sus intereses personales, no de sus valores ni su ideología, bastante desconocidos ambos”.

Para aclarar muchos de los entuertos que se han dado en los últimos días, merece la pena observar a los protagonistas de esta historia con cierta perspectiva.

Como ha escrito Santos Juliá en El País, para encontrar un proceso tan autodestructivo en el PSOE hay que remontarse a los años 30. Tras el fracaso de la revolución de octubre de 1934, Prieto pretendía una coalición con los partidos republicanos. Largo Caballero, por su parte, no apoyaba dicha coalición y “interpretó su salida como expulsión y recuperación de la libertad para recurrir, como dijo, directamente a la base”. La coalición se realizó como quería Prieto y el PSOE quedó dividido en el peor momento de la República: “Prieto no obtuvo de su grupo parlamentario los votos necesarios para aceptar la presidencia del Gobierno que le ofrecía Manuel Azaña en mayo de 1936 y Largo Caballero bloqueó la incorporación del PSOE a un Gobierno de unidad nacional (…) que Azaña intentaba poner en pie en la aciaga noche del 18 de julio”. El resultado fue que la rebelión militar se encontró al más débil de los Gobiernos Republicanos posibles.

Le costó mucho al PSOE reconstituirse tras la Guerra Civil. Según Rodolfo Llopis, al que aludía alegremente la exministra, el ambiente de esta reconstrucción “mantenía idéntica fidelidad a las ideas, el mismo odio al falangismo y la misma desconfianza frente al comunismo”. Dentro del PSOE había quienes abogaban por las soluciones de Prieto, que mantuvo conversaciones con José María Gil Robles y los monárquicos buscando la finalización de la dictadura franquista con el apoyo de los aliados en la II Guerra Mundial, y aquellos que estaban más influenciados por Negrín y que buscaban una revalidación del “frente popular” con apoyo de los comunistas. Había también diferencias entre el PSOE del interior y del exterior, y entre las corrientes de cada uno de los países del exilio. De cualquier manera, esta es una larga historia que supera con creces esta serie.

En todo caso, desde 1944 a 1972 el secretario general del PSOE fue Rodolfo Llopis. El historiador Javier Tusell, en su libro La oposición democrática al franquismo, mantiene que una “característica entonces acuñada del PSOE en el exilio fue su tono netamente anticomunista”. La moderación de estos dirigentes puede verse en el respaldo que se mantenía a la OTAN:
“El PSOE ha reafirmado repentinamente desde 1948 que propugnaría la adhesión de una España libre al Tratado del Atlántico Norte, siempre que conservara su carácter defensivo, precisando al mismo tiempo que actuaría sin descanso para impedir que la dictadura franquista entrara en tal alianza, ya que su carácter dictatorial era incompatible con la misión fundamental de la OTAN de defensa de las libertades”.

El historiador extremeño Juan Andrade, en su libro El PSOE y el PCE en (la) transición, analiza el cambio del PSOE a partir del año 1972, abanderado por los jóvenes laboralistas sevillanos Alfonso Guerra y Felipe González. El relevo de la dirección de Llopis puso fin, según el editorial del XII Congreso del PSOE, al “pensamiento conspirativo pequeñoburgués, declamatorio, sentimental y hueco”. Ya en 1976, con Felipe González como secretario general del PSOE renovado (hubo una escisión del PSOE que capitaneó Llopis, conocida como PSOE histórico), la declaración de principios en el XXVII Congreso de 1976 era clara:
“El PSOE se define como socialista porque su programa y su acción van encaminados a la superación del modo de producción capitalista mediante la toma del poder político y económico y la socialización de los medios de producción, distribución y cambio por la clase trabajadora. Entendemos el socialismo como un fin y como el proceso que conduce a dicho fin, y nuestro ideario nos lleva a rechazar cualquier camino de acomodación al capitalismo o a la simple reforma de este sistema”.

El PSOE de 1976 no renunciaba al uso de la fuerza física: “El grado de presión a aplicar deberá estar en función de la resistencia de la burguesía presente a los derechos democráticos del pueblo, y no descartamos, lógicamente, las medidas de fuerza que sean precisas para hacer respetar los derechos de la mayoría haciendo irreversibles, mediante el control obrero, los logros de la lucha de trabajadores”. De manera clarividente, la definición del partido como partido marxista aparece en este momento por primera vez en documentos oficiales del PSOE: “Somos un partido marxista porque entendemos el método científico de conocimiento de transformación de la sociedad capitalista a través de la lucha de clases como motor de la historia. Entendemos el marxismo como un método no dogmático, que se desarrolla y que nada tiene que ver con la traslación automática de los esquemas teóricos o prácticos de las experiencias determinadas del movimiento obrero”.

Por su parte, es cierto que Felipe González mantenía un tono algo más desideologizado que sus compañeros (particularmente, era el menos anticlerical). Pero, ante los que proponen que desde que llegó pretendía convertir al PSOE en el nuevo SPD alemán, sus declaraciones en la escuela de verano del PSOE en 1976 resultan cuanto menos contradictorias:
“Cuando nosotros decimos que somos un partido marxista, tenemos serias razones para decirlo. Pero entendemos que el marxismo no es un dogma, no es una religión, no es el fundamento político-ideológico de una secta de iluminados; es sobre todo una metodología para investigar la historia, permite situar la lucha en el presente, y no sólo permite eso, sino algo que es mucho más ambicioso y mucho más importante; permite construir, conscientemente, la historia del porvenir que asuman las masas, y que sean, por consiguiente, estas masas las que puedan ofrecer una alternativa global, no sólo a una situación coyuntural, de dictadura o de residuos dictatoriales, sino a una situación que no es coyuntural, sino estructural, que es la de la opresión típica de la sociedad capitalista”.
El PSOE rebasaba en muchos aspectos dialécticos en radicalidad al PCE. Había incentivos para que así fuera: el PSOE no tenía el lastre histórico del PCE y, además, necesitaba parecer una fuerza suficientemente de izquierdas para poder competir por esa militancia antifranquista mayoritariamente revolucionaria. Por otra parte, es cierto que en la práctica el PSOE presidido por González había tomado medidas muy alejadas de lo que su discurso mantenía: las principales fueron el apoyo de la Internacional Socialista, los contactos mantenidos con Willy Brandt, presidente del SPD alemán, y la promoción de moderados dentro del partido. Pero, y como esta serie de artículos viene a mostrar, las retóricas incendiarias defendidas tienen efecto en la militancia: entonces no se quería renunciar al marxismo y ahora no se quiere dejar que el Partido Popular gobierne. Cuando el PSOE se vio como posible alternativa de Gobierno comenzó a matizar su discurso y, como veremos en el próximo artículo, Felipe González mantuvo una actuación relativamente parecida a la del Pedro Sánchez que, supuestamente, le había decepcionado personalmente. Por su parte, observaremos que en realidad El País no ha cambiado demasiado y que parte de la extrema izquierda sigue con la misma realidad paralela. A Pedro Sánchez le ha acompañado un pésimo momento histórico para la socialdemocracia y, a pesar de que el que escribe tímidamente defiende la abstención socialista, los insultos que se le han proferido son claramente injustos, y reflejan una animadversión personalista más que ideológica: Pedro Sánchez ha hecho, básicamente, lo que todos los demás.

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