Parodia del imperio español en el Estrecho

Para España, Marruecos representaba a finales del siglo XIX una pieza importante en el puzzle de las relaciones internacionales en el Mediterráneo.

Por Mohamed Boundi

La firma del Tratado de Paz y Amistad de Tetuán (25 de abril de 1860) para poner fin a la Guerra de Tetuán; el paréntesis del Protectorado español y la devolución de los territorios de Tarfaya (1958), Sidi Ifni (1969) y el Sahara (1975) acreditan la perennidad de los roces entre los dos países.

El interés colonial de España por Marruecos empezó en el  siglo XIX como una emulación de la política de expansión militar de Francia en África del Norte y el deseo de llevarse una parte del pastel en el reparto de África. Su objetivo era la construcción de un nuevo imperio en el mediterráneo occidental.

Un protectorado imposible
El Tratado del Protectorado (27 de noviembre de 1912) fijó la línea separadora de las dos zonas ocupadas por España y Francia en el Río Uarga España.

España se quedó con un territorio de 19.655,83 km2 que albergaba una población de casi 700.000 habitantes. La zona es una extensión de montañas (la cordillera del Rif) con pocas tierras arables (del 10 al 25 % según las regiones y del 50 % en el caso de las mejores), bañada por el Mediterráneo en el Norte y por el Atlántico en el Oeste. Es una región árida, accidentada en su casi totalidad y sin infraestructura alguna. El espíritu de solidaridad se destaca en el cultivo colectivo de la tierra (tuiza), la irrigación de los campos y la elección de un líder para arbitrar y resolver los contenciosos tribales e intrafamiliares.

A diferencia de España a comienzos del Siglo XX, el Rif carecía de una organización administrativa estructurada, instituciones políticas y culturales, red social, carreteras, aglomeraciones urbanas y tejido industrial. Tampoco había Registro Civil para el censo de la población. Sólo el idioma y las tradiciones ancestrales preservaban los lazos sociales en el marco de la tribu o de la Kabila/duar (comarca o pueblo) .

En virtud del Tratado del Protectorado hispano-francés, desembarcaron las primeras tropas españoles en este territorio, situado en la línea del paralelo 35. El Sultán (sinónimo de Rey), que conservó su autoridad civil y religiosa, estaba representado en la zona por su Jalifa, un miembro de la familia real que se instaló en Tetuán. No obstante, el Alto Comisario de España era el verdadero depositario del poder exclusivo en el Protectorado.

El pueblo rechaza a los extranjeros
Las dos potencias se comprometieron a modernizar la administración e introducir reformas judiciales, educativas, económicas, financieras y militares en el territorio marroquí (Art. Primero del Tratado del Protectorado). Tanto los franceses como los españoles debían actuar de manera que todo el territorio esté nominalmente bajo el poder simbólico del Sultán (Artículo Segundo): “Su Majestad el Sultán admite desde este momento que el gobierno francés proceda, después de haber prevenido al Majzén, a las ocupaciones militares del territorio marroquí que él juzgara necesarias para el mantenimiento del orden”.

Sin embargo, durante el periodo 1912-1934 españoles y franceses se vieron enfrentadas a las tribus en las zonas rurales y montañosas y sufrieron enormes bajas en sus filas y largas estancias lejos de los cuarteles. En el Rif, el mandato del protectorado español tuvo que afrontarse a la rebelión de la población, liderada por Mohamed Abdelkrim El Jatabi.

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