Un intenso relato

La editorial Acantilado tuvo la buena idea hace unos años de publicar la valiosa y profusa obra del escritor austriaco Stefan Zweig, de la que han aparecido hasta la fecha una treintena de títulos, entre obras narrativas y ensayos.

Por Félix Población

Dado que Zweig representa para quien esto escribe uno de esos autores decisivos que marcaron mi afición por la literatura cuando era un adolescente y apenas había leído libros de escritores foráneos, tengo siempre en cuenta las novedades que 'Cuadernos del Acantilado' va presentando.

En este caso se trata del nº33, un librito que no llega a las sesenta páginas y que bajo el título 'Mendel el de los libros' me ha deparado una gratísima, intensa y emocionada lectura, algo que me apresuro a compartir con los lectores para que lo tengan en cuenta como recomendación, si así me lo permiten, pues creo que no les va a defraudar.

'Mendel el de los libros' es un relato escrito por Zweig en 1929 y tiene por escenario Viena, en torno a la Primera Guerra Mundial. Jakob Mendel es el atrayente protagonista de la historia, un excéntrico vendedor judío de libros viejos, que acude cada día muy temprano a su rincón en el Café Gluck, donde tiene establecido su despacho con el permiso del propiterario del establecimiento.

La descripción que hace Zweig de Mendel es promenorizada y magnífica: “Tras aquella frente calcárea, sucia, cubierta por un musgo gris, cada nombre y cada título que se hubiera impreso alguna vez sobre la cubierta de un libro se encontraban, formando parte de una imperceptible comunidad de fantasmas, como acuñados en acero”. Dotado de una memoria enciclopédica, el inmigrante ruso –un sinpapeles en aquel azaroso periodo histórico-, será desalojado del café y deportado a un campo de concentración tras ser acusado injustamente de colaborar con el enemigo.

El desenlace de la historia conmueve por la sencilla humanidad que uno de los personajes otorga al último libro y al último recuerdo del viejo Mendel, cuya memoria –a su regreso a Viena– ha sido arrasada por las penalidades del cautiverio. Ese sentimiento contrasta con el olvido en que el narrador del relato había sumido al librero, tal como anota en las primeras páginas del relato, cuando después de veinte años visita el Café Gluck.

La traducción del alemán de Berta Vias Mahou es excelente.

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