Jordania y el acuerdo petrolífero con Irán
Por Laura Fernández
El embajador iraní en Amán sabía lo que
hacía, el reino hachemita vivía la mayor protesta social de los últimos años
contra la supresión del subsidio al combustible que canceló para hacer frente
al déficit presupuestario y poder acceder al préstamo del Fondo Monetario
Internacional. El país, que importa el 90 por ciento de la energía que consume,
tuvo que decir que no.
Como todo acuerdo comercial, incluía
cláusulas políticas, y Jordania sabía que también condicionaba su posición ante
la crisis siria, en la que desde un principio pidió la salida del presidente
Bachir Al Asad, aliado de Irán; pero, sobre todo, suponía acercarse al rival
regional de Arabia Saudí, quien intermitentemente aporta millones de dólares en
efectivo para hacer frente a la permanente crisis económica de Jordania. En su último año de mandato el presidente
iraní, Mahmud Ahmadineyad, buscaba “incrementar las relaciones diplomáticas y
comerciales” con un país estratégico en su avance expansionista y conectado con
su mayor contrincante.
La excusa era permitir a los fieles
chiíes, la mayoría de la población iraní, visitar el emplazamiento sagrado de Al-Mazar Al-Janubi,
cerca de Karak, donde se encuentra la tumba de Ja’far ibn Abi Talib, el hermano
mayor del cuarto Califa, Ali ibn Abi Talib, quien es la figura más venerada en
la creencia chií a la que se atribuye un carácter sobrehumano. La rama suní, alejada
por esta diferencia, aunque reconoce su existencia no asume el carácter divino
de un individuo, ni siquiera del profeta Mahoma.
Allí también está la tumba de Zaid bin
Harithah, quien lideró el ejército de musulmanes que se enfrentó en 629 dC
contra el Imperio bizantino y su aliado reino Gasánida, y quien, junto a Ja’far
ibn Abi Talib, murió en la conocida batalla de Mutah. La idea incluso
contemplaba la creación de un aeropuerto en la ciudad de Karak, en el sureste
de la capital, para acceder a un paraje que guarda parte de la historia
islámica.
Jordania, que es de los pocos países de
la región donde los chiíes apenas tienen presencia –y no está oficialmente
registrada– y arrastran una cuestionable fama entre la población, pudo rechazar
fácilmente el acuerdo ante el temor de una emergente injerencia iraní. Hacía ya
años que el rey Abdalá II alertaba sobre el “chiísmo creciente” que se extendía
por Bagdad y por Damasco hasta Beirut. Pero también hacía años que las
poblaciones árabes compadecían al enemigo de un enemigo aún más poderoso y
presente, EEUU, quien con el apéndice de Israel, es percibido como el mayor
factor externo de desestabilización. La balanza se estaba ladeando más allá de
los mensajes polarizados que salían de los altavoces oficiales.
Aunque las relaciones entre el reino hachemita y la República Islámica de
Irán han sido tradicionalmente tibias, gélidas durante el mandato de
Ahmadineyad, Irán siempre agradeció el mensaje inclusivo de la monarquía en cuestiones
de religión, que invitaba a los líderes chiíes a los foros religiosos que
Jordania centraliza como uno de los países de la región que menos manipula el
mensaje sectario para hacer política.
Pero el temor de Jordania, hermana
adoptiva –y menor– de los países de El Golfo, resultó ser en gran parte el
reflejo de sus vecinos, liderados por Arabia Saudí, que no permiten un mínimo
movimiento de expansión de la influencia iraní; así el país se unió, sin
rechistar, a las fuerzas árabes para combatir la rama chií hutí que intenta
hacerse con el control de Yemen. Una intervención militar que comenzó el mismo
día en que se reanudó la última ronda de conversaciones entre el P5+1 (EEUU,
Rusia, China, Francia y el Reino Unido, más Alemania) e Irán, y que dio lugar a
un preacuerdo a punto de establecer un pacto sobre el programa nuclear iraní.
El presidente de EEUU sabe del malestar
que ha causado entre los autócratas de El Golfo el acercamiento con Irán y ha
invitado a los seis del Consejo de Cooperación (CCG: Arabia Saudí, Kuwait,
Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Omán, Bahréin) a Camp David esta primavera para
convencerles de los beneficios del acuerdo a través de asistencia en seguridad
ante una posible amenaza iraní hacia los estados árabes. Las dobles concesiones
parecen querer equilibrar el poderío de las dos potencias cuando, sabe EEUU,
que defienden tesis similares desde dos extremos diferentes del
fundamentalismo.
Jordania, ajena a su soberanía, ha de
aliarse a uno de los bandos, y así aceptó participar en la coalición militar.
Sin embargo, como recordaba la editora del periódico 'Al Ghad', Jumana Ghunaimat,
el acuerdo es también una posibilidad para que el país pueda retomar su
intención de enriquecer uranio para conseguir energía nuclear, que ha
pretendido durante estos años, sobre todo desde la pérdida de suministro desde
Egipto, pero no ha podido defender para no alentar las aspiraciones de los
actores regionales ni enfadar a un Israel que se oponía.
Aunque la verdadera oposición es
doméstica, pero eso en Oriente Medio no parece ser un impedimento. También ha
crecido la resistencia interna hacia el acuerdo para comprar gas israelí que el
Gobierno insiste en completar para aliviar su escasez de recursos energéticos.
Lo que es seguro es que el acuerdo iraní ha abierto la veda para otra carrera
hacia la energía nuclear en la región.
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