La peluca de Luis XIV

Por Antonio Rico
(Publicado ayer en los diarios del Grupo Moll)

Dice Yuval Noah Harari en "De animales a dioses", una breve, pero ambiciosa historia de la humanidad, que los hombres dominantes nunca han tenido un aspecto más insulso y deprimente que en la actualidad. Durante la mayor parte de la historia, apunta el historiador israelí, los hombres dominantes han sido pintorescos y ostentosos, como los jefes indios americanos con sus tocados de plumas, los marajás hindúes ataviados de sedas y diamantes o los reyes europeos como Luis XIV de Francia, con su larga peluca, las medias, los zapatos de tacón alto y la enorme espada. Barack Obama, sin embargo, es un tipo con traje, corbata y camisa generalmente blanca. Punto. La imagen de Angela Merkel no es pintoresca ni ostentosa, ni la de Rajoy, ni siquiera la de Putin. Algo ha pasado en el mundo para que los poderosos intenten ofrecer la imagen más insulsa posible, mientras que los que no tienen poder amen la ostentación más de lo que Lorelei Lee (Marilyn Monroe) amaba los diamantes en "Los caballeros las prefieren rubias". 

¿Qué demonios les pasa a los concursantes de Gran Hermano o de Mujeres y hombres y viceversa? ¿Por qué para participar en el festival de Eurovisión hay que hacer un curso acelerado de estilismo estrafalario? ¿Qué tienen las alfombras rojas que convierten a quienes las pisan en hombres y mujeres adictos a trajes y vestidos que a veces avergonzarían a Paco Clavel? Y, por Dios, ¿qué ha ocurrido para que tantos futbolistas salgan de la ducha después de un partido pareciéndose más a un jefe indio, un marajá o un rey absoluto que a un presidente de los Estados Unidos de América? Y todavía más misterioso. ¿Qué extraña deriva estética ha obligado a tantos y tantos futbolistas a cortarse el pelo de formas decididamente preindustriales? ¿Cómo hemos consentido que nuestros futbolistas utilicen botas de colores que nunca jamás han existido? ¿Por qué aceptamos que las segundas equipaciones de los equipos estén diseñadas por enemigos de la especie humana en general y del fútbol en particular? ¿De verdad seguiremos aceptando que las camisetas de los equipos de fútbol cambien todas las temporadas, compitiendo en pintoresquismo y ostentación? Si hay una ley que impide cambiar de libros de texto en los colegios e institutos todos los cursos, ¿por qué no hay una ley que impida cambiar los diseños de las camisetas todas las puñeteras temporadas? Si está prohibido que un libro de texto de Lengua o de Sociales quede anticuado de un curso para otro, ¿por qué está permitido que una camiseta del Barça, del Madrid o del Valencia se convierta en arqueología deportiva de una temporada a otra? ¿Eh? ¿Eh? ¿Eh? 
Como la batalla con los cortes de pelo, las botas y las camisetas está absolutamente perdida, propongo obligar a los futbolistas a imitar el estilismo de los jefes de Estado cada vez que atienden a los periodistas después de un partido. Incluso valdría esa imagen-de-fin-de-semana que tanto les gusta a los poderosos (ya saben, camisa sencilla arremangada, pantalón vaquero, zapatitos de color marrón y todo eso). Cualquier cosa menos continuar en esta macrofiesta estilística en la que los horrorosos conjuntos de Alves marcan tendencia. A lo mejor todo es un plan sabiamente diseñado para que las pintas de los futbolistas nos distraigan de sus declaraciones, pero creo que no. Creo que de verdad Alves y compañía dedican mucho tiempo a pensar qué combinación de colores, formas, texturas y complementos causará más conmoción en la audiencia. Pronto veremos a Sergio Ramos o a Piqué con peluca, medias, zapatos de tacón alto y espada, y no hay que descartar que el Madrid fiche a Luis XIV como defensa central si eso vende más camisetas.

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