No soy un tiburón más

Por Pablo Díez

Inauguro presentándome una serie de artículos que voy a escribir para 'Astures' en los que explicaré los vericuetos del Derecho, en el que trabajo.

Lo cierto es que soy una persona bastante cinéfila. Hasta tal punto llega mí amor por el séptimo arte que suelo encontrar en el celuloide grandes ejemplos para mí vida en general y para mí vida profesional en particular.

Una de las primeras cosas que hice cuando empecé a trabajar fue crear mi propio decálogo profesional, porque soy de esos que cree que toda persona (hasta un asesino, suelo decir), debe tener su propio código de honor, sus propias leyes morales por las que regir su vida, algo a lo que agarrarse cuando todo se va al traste... Y entiendo que esto es más necesario que en otras en mi profesión; es por ello que una de las primeras cosas que hice cuando empecé a trabajar fue pensar en qué clase de abogado quería ser y crear mí propio bushido (el cual, por cierto, aún sigue colgado de mí despacho)... supongo que hay mucho de novelesco, e incluso quijotesco, en ello, pero ya ven, soy así de ingenuo.

Dentro de este código del que les hablo, muchos personajes cinematográficos tuvieron su influencia, pero existe una figura que sobresale y es el Rudy Baylor creado por Francis Ford Coppola en la que para mí es una de sus grandes obras, 'The Rainmaker' ['Legítima defensa', en español]. Rudy –igual que yo– es un abogado joven e inexperto (quizás de ahí provenga mí empatía por el personaje) que, pese a enfrentarse con grandes abogados de grandes despachos, no se arruga y aplica uno de mis dogmas: “Sólo te tratarán como un novato si tú lo permites, puesto que la edad no quiere decir nada si tienes la actitud correcta ¿Qué es más fuerte, un tiburón de un año o una merluza de cinco?”.

Sin embargo, nunca me ha valido con ganar. Para dignificar esta apasionante profesión, igual que en cualquier campo de esta vida, debes ganar respetando las reglas del juego. De nada vale que tu cliente se marche feliz y encantando con el éxito del caso si tú, en tu fuero interno, no piensas “he hecho justicia”. De nada vale un éxito si el mismo está viciado con embustes, aunque se puede considerar cierto que, a veces, los chicos buenos debemos hacer cosas malas para que paguen los chicos malos.

El éxito respetando las reglas te hace ser más grande, al igual que la victoria sin respetar los límites mengua personal y profesionalmente, convirtiéndote en un mediocre más vendido a ese extraño impostor llamado Triunfo.

Al fin y al cabo, ya lo decía Rudy: “Todo abogado en cada caso que lleva se encuentra cruzando una línea que realmente no quería cruzar. Eso sucede. Pero si la cruzas demasiadas veces esa línea desaparece y acabas convirtiéndote en una farsa de abogado, en otro tiburón más nadando en aguas sucias”.


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