De lo que no hay
Por Jorge de Quintes
Los políticos españoles de hace ya unas cuantas generaciones
se han convertido en profesionales de su dedicación y, seguramente, muchos de
ellos tendrían bastantes problemas si necesitaran salir al mercado laboral para
ganarse la vida. La clave ha estado en conocer el aparato del partido y
comenzar a subir puestos en el escalafón. Cuando ya estás en un cargo orgánico
todo resulta mucho más fácil. La vida es bien llevadera desde ahí. Coche
oficial, guardaespaldas, viajes y comidas a costa del partido o de la
institución de la que han entrado a formar parte. Es la vida del 'gratis total'
que te introduce además en un entramado de relaciones y amistades en las élites
económicas y sociales que te podrán eliminar cualquier obstáculo que pueda
presentarse en el futuro. Nada que ver, claro, con lo que pasa en la vida real.
Es como si el llamado 'síndrome de la Moncloa' que dicen que afecta a los
presidentes del Gobierno desconectándolos de sus ciudadanos se extendiera en un
efecto contagio a todos los escalones inferiores de los llamados servidores
públicos. No hace falta decir nombres. O a lo mejor lo que habría que decir son
los escasos nombres de los que no están en esta ruleta. La verdad, ahora no se
me ocurre ninguno.
La reflexión surge estos días en que se ha despedido como presidente de Uruguay el peculiar José Mujica, el Pepe, como le conocen cariñosamente sus paisanos. Mujica se ha ido tras cinco años al frente del país dejando muchas promesas sin rematar e impulsando medidas de carácter social bastante avanzadas y algunas pioneras. O sea que políticamente tampoco es que debamos elevarle a más altares de los necesarios. Pero de momento ha conseguido colocar a su país, que solo destacaba a nivel internacional por sus futbolistas, en el mapa mundial. Ya es un logro importante.
Para mí, sin embargo, su legado más importante ha sido su manera de vivir la vida sin quedar condicionado por la política. Su vieja granja, su viejo 'escarabajo', su entrañable esposa y la donación de lo que ganó como presidente destinado a programas habitacionales para gente pobre. Se va de la presidencia, que no de la política, como llegó. Algo más difícil todavía de conseguir en el mundo de los mandatarios latinoamericanos tan amigos todos ellos de tener cúpulas secretas en sus palacios llenas de billetes de dólar o con guardaespaldas que hacen milmillonarios ingresos en las tristemente famosas cuentas suizas del HSBC.
Un espejo este Pepe en el que deberían mirarse de vez en cuando nuestros políticos, y la mayoría de los de todo el mundo. Un tipo que ha gobernado aplicando el sentido común, que es lo que solemos hacer la mayoría de los que solo nos dedicamos a votar. Salvando las distancias a mí me recuerda al añorado Tierno Galván. A ver si hay suerte y cunde el ejemplo. Pero soy pesimista.
La reflexión surge estos días en que se ha despedido como presidente de Uruguay el peculiar José Mujica, el Pepe, como le conocen cariñosamente sus paisanos. Mujica se ha ido tras cinco años al frente del país dejando muchas promesas sin rematar e impulsando medidas de carácter social bastante avanzadas y algunas pioneras. O sea que políticamente tampoco es que debamos elevarle a más altares de los necesarios. Pero de momento ha conseguido colocar a su país, que solo destacaba a nivel internacional por sus futbolistas, en el mapa mundial. Ya es un logro importante.
Para mí, sin embargo, su legado más importante ha sido su manera de vivir la vida sin quedar condicionado por la política. Su vieja granja, su viejo 'escarabajo', su entrañable esposa y la donación de lo que ganó como presidente destinado a programas habitacionales para gente pobre. Se va de la presidencia, que no de la política, como llegó. Algo más difícil todavía de conseguir en el mundo de los mandatarios latinoamericanos tan amigos todos ellos de tener cúpulas secretas en sus palacios llenas de billetes de dólar o con guardaespaldas que hacen milmillonarios ingresos en las tristemente famosas cuentas suizas del HSBC.
Un espejo este Pepe en el que deberían mirarse de vez en cuando nuestros políticos, y la mayoría de los de todo el mundo. Un tipo que ha gobernado aplicando el sentido común, que es lo que solemos hacer la mayoría de los que solo nos dedicamos a votar. Salvando las distancias a mí me recuerda al añorado Tierno Galván. A ver si hay suerte y cunde el ejemplo. Pero soy pesimista.
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