Gol en Altabix

Por Jorge de Quintes

Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto una tarde de domingo como la última en que todos los partidos de Primera se jugaron a la misma hora para evitar componendas con los marcadores conociendo ya otros resultados. De repente, me vi de guaje cuando, después de comer el domingo, salía con mi padre a segar, a arreglar una cuneta o podar unos pumares. Él llevaba siempre el transistor en el bolsillo superior de la camisa y seguíamos la jornada deportiva en el ‘carrusel’ de Vicente Marco y Joaquín Prat.

Desde esta lejanía guayaquileña, a más de 9.000 kilómetros, hubo esta vez un cambio sustancial. El carrusel, o tiempo de juego, o tablero deportivo, o como se llame ahora, se escucha aquí a las 12 del mediodía por aquello de la diferencia horaria. Todo lo demás volvió a mi cabeza como un pequeño milagro de esos recuerdos infantiles que se resisten a dejarnos. Vendría a ser algo así como escuchar las incidencias de la jornada después de salir de misa, que era un acontecimiento recurrente en los pueblos en aquellos años 60 del siglo pasado.

Pasarón, Altabix o Atocha eran estadios que quedaron arrumbados por los tiempos modernos en el imaginario colectivo. Como las boquillas Targard o el anís Castellana que ya no pueden publicitarse. Pero todo estaba en mi cabeza el domingo con el trepidar de los goles y los herederos de aquellos impagables creadores del programa. Ahora que las redes sociales están instaladas en nuestras vidas, nadie puede, sin embargo, competir con esa inmediatez de la radio animada y entremezclada de jugadas polémicas y publicidades creativas.


Claro, también los días de diario yo tenía que ir con mi madre a la huerta. Arrendar  fabes o plantar patatas estaban entre las faenas caseras de los que vivíamos en la aldea. También había transistor, pero entonces era con Lucecita. Las radionovelas para llorar y reír. Pero ésa ya sería otra historia.

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