La guerra química del Rif
Como consecuencia de los cambios en la comandancia militar de Melilla en julio-agosto de 1921, el protectorado español en el norte de Marruecos, particularmente la región del Rif, entró en una nueva dinámica de guerra con la entrada en acción de la aviación.
Por Mohamed Boundi
En pocos días, la derrota militar en
Anual (21/22 de julio de 1921) se convirtió en un desastre humano a mano del
ejército: protagonizaba escenas de razias en los pueblos asediados, represalias
contra los familiares de los combatientes rifeños y castigo colectivo de la
población. Sin piedad, las tropas arrasaron en su avance el terreno conquistado
sin resistencia y aplicó la ley del vencedor a un territorio que estaba bajo la
protección de su Estado.
Después de los éxitos cosechados en el
campo militar, el líder de la resistencia en la zona, Mohamed Abdelkrim Al
Jattabi, creó la República del Rif o la República de Abdelkrim; instaló una
administración de corte moderno; nombró en cada cabila (pueblo) a un
gobernador; eliminó el sistema de multas y construyó cárceles para castigar a
los delincuentes.
Acosados por el clamor de la opinión
pública, el furor de los parlamentarios y las críticas de la prensa, los
militares españoles de la época optaron por la “tierra quemada” y la “guerra
química” para aterrorizar a la población
rifeña. Y todos los pueblos insumisos debían sufrir los bombardeos selectivos
de bombas de gas tóxico.
La “guerra química” (que duró hasta julio
de 1927) coincidió con la producción en
serie de bombas de gas de diferentes tamaños en una fábrica de Melilla.
Al principio, los aparatos de la
“Escuadra aérea de Marruecos” sobrevolaban el campo de batalla para evaluar las
fuerzas de Abdelkrim. En una segunda fase, los pilotos arrojaban bombas y
gases, y, ametrallaban a civiles, poblados y mercados para atemorizar a los
combatientes rifeños. En una crónica, del 20 de diciembre de 1921, el
corresponsal de guerra de 'Heraldo de Madrid' exaltaba la eficacia de los
bombardeos de la aviación con esos términos: “Nuestras escuadrillas de aviación continúan bombardeando campos y
poblados moros, sembrando así el terror y la confusión entre los cabileños. Nos
parece acertadísimo el procedimiento. Esos bombardeos deben seguir sin
interrupción y con la máxima intensidad (…) No nos cansaremos de repetirlo. Las
fuerzas coloniales deben hacerse a base de emplear aquellos medios ofensivos de
que el enemigo no puede disponer; de algo ha de servir la superioridad de
civilización y de recursos. El aeroplano es un arma magnífica, no sólo por el
daño material que causa, sino por el efecto moral que produce”.
En otra crónica, el mismo corresponsal no
tuvo reparo de apoyar los métodos del ejército: “Es preciso dotar a nuestro
ejército del material de guerra más moderno (…). Aeroplanos y gases asfixiantes
y tubos lanzaminas y cuantos medios ofensivos ha inventado la ciencia para
destruir al enemigo y atemorizarlo. (…) La
crueldad, la brutalidad están en la guerra misma; pero aceptado el hecho
violento de la guerra, hay que aceptarlo con todas sus consecuencias”.
La historiadora española María Rosa de
Madariaga, quien se refiere a estadísticas oficiales, afirma que el Rif se
caracteriza actualmente por la más alta tasa de casos de cáncer en Marruecos.
Aunque sostiene que es difícil demostrar que las víctimas de los bombardeos en
los años veinte del siglo pasado, hayan transmitido genéticamente esta
enfermedad a sus descendentes, afirma que los rifeños tienen lógicamente
derecho a denunciar los bombardeos de la aviación española con gases.
Los rifeños sabían que desde 1921 los
españoles disponían de gases tóxicos, si bien es muy probable que al principio
éstos fueran lacrimógenos. Lo que es cierto es que la participación de 160
aparatos de la aviación española tuvo una acción decisiva en el desembarque de
Alhucemas, el 8 de septiembre de 1925.
Por unas razones aún no elucidas, la
mayoría de los autores de la época y durante el franquismo no hacían la menor
alusión al papel de la aviación en la guerra de Rif. No obstante, los
reporteros de guerra habían citado en sus crónicas la pérdida de 63 aparatos
abatidos por los rifeños y otros 54 en accidentes. En cuanto a la utilización
de gases tóxicos, el grueso de las informaciones se nutre de los testimonios de
las víctimas o personas que pudieron constatar sus secuelas en la población
autóctona.
Es útil citar en este contexto, 95 años
desde el fin de la Guerra del Rif, una obra de referencia de Sebastián Balfour, titulada 'Abrazo
mortal. De la guerra colonial a la guerra civil en España y Marruecos (1909-1939)' (Barcelona. Ediciones Península. 2002, 629 pp) y algunos trabajos de la
historiadora española María Rosa de Madariaga,
José María Manrique García y Lucas, Juan Pando Despierto. Todos
denuncian el uso de gases para cambiar el rumbo de la guerra del Rif y el
genocidio de un pueblo por diversos intereses coloniales.
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