La caída del reino de Marruecos

El reino de Marruecos cerró el Siglo XIX como una presa malherida en manos de las potencias europeas, los negociantes y notables autóctonas favorables al colonialismo.

Por Mohamed Boundi

Desde la Guerra de Tetúan (1859-60), Marruecos se encontraba en una delicada fase de su historia marcada por el empobrecimiento de sus arcas y el desplome de sus estructuras (económicas, administrativas, militares y sociales). Por falta de comunicación fluida con Europa en la primera parte de siglo XIX, no aprovechaba los logros de la revolución industrial ni de la modernización de los mecanismos de producción ni de las técnicas de guerra. La toma de Tetúan tras la derrota frente al ejército de España en la batalla de Wad-Ras, el 23 de marzo de 1860, y el derrumbe de sus finanzas revelan las debilidades de un Estado que estaba a un paso de perder totalmente su soberanía.

A finales del Siglo XIX, funcionarios  españoles e ingleses se instalaron en Marruecos para garantizar el pago de la deuda y ayudar de manera indirecta a sus conciudadanos a fructificar sus negocios en los puertos y mercados marroquíes. Argelia en 1830, Túnez en 1881 y Egipto en 1882 vivieron una situación similar. A causa precisamente del servicio de la deuda externa acabaron colonizados o bajo protectorado francés e inglés.

A finales del siglo XIX, la cuestión marroquí formaba parte de los ingredientes de la vida política y social en España. Con el nacimiento del espíritu colonial y del africanismo, se abrió camino en el país vecino a colectivos socioculturales, círculos económicos, corrientes ideológicas e incluso la Iglesia.

La crisis que padecía Marruecos, en la víspera del Siglo XX, era la consecuencia de cinco factores principales:

—El desembarque de recaudadores extranjeros en las aduanas de ocho de sus puertos creó una nueva figura de funcionarios que no reconocían la autoridad del Majzén. De manera que los intercambios comerciales se hacían directamente entre autóctonos y negociantes europeos en un mercado libre, fuera de todo control de la administración local.

—A causa de la debilidad del ejército, las regiones denominadas Bled Siba (territorio en rebelión contra la autoridad del Sultán) se libraron del pago de impuestos, principal fuente de ingresos del Majzén.

—La acumulación del capital comercial de los mercantes europeos facilitó el aumento de los intercambios directos con las tribus marroquíes. La presencia de las delegaciones comerciales extranjeras en los muelles eliminó la figura del intermediario tradicional que actuaba en el ámbito legal e impositivo. El contacto directo con las tribus influyó de manera decisiva en el estilo de vida de los agricultores que se especializaron en productos destinados a la exportación.

—Los protegidos marroquíes, que escapaban de la autoridad del Majzén, actuaban como asesores de los negociantes, diplomáticos y agentes consulares. Se constituyeron en una casta de notables modernos que perfeccionaban las técnicas de comunicación con el cristiano y de relaciones públicas con sus paisanos. Por su estatuto de intermediarios y asesores, consiguieron acumular enormes riquezas a base de favores que recibían de las dos partes. Con la figura del protegido, se rompió el monopolio comercial que ejercían las familias que estaban al servicio del Majzén.

—Las reformas que quiso introducir el Majzén para revitalizar la administración fracasaron. La oposición de los fquihs (doctores de la ley) era extremamente fuerte a la introducción de algunas invenciones técnicas en la vida cotidiana, como la construcción de una vía ferroviaria, el jabón de Marsella, la imprenta, los instrumentos musicales o las prendas europeas.

La autoridad del Sultán resultó al final, debilitada tanto por las presiones de las élites nacionales hostiles a Occidente como por las potencias extranjeras. La modernización del país no se puso nunca en práctica y la inestabilidad política se apoderó del trono. La concesión, en 1910, de un último empréstito inglés al sultán Mulay Hafid (que derrocó en 1908 a su hermano Mulay Hafid) selló el fin de la independencia política de Marruecos. El destino del país pasó a estar en manos de Francia y España a partir de la firma, el 30 de marzo de 1912, del Tratado del Protectorado y el reparto de su territorio entre las potencias europeas.

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