Siempre nos quedará París
Por En Cierta Medida
El planeta Tierra abandonó su tradicional posición en el
centro del universo y empezó a dejar atrás el sentido común y dar vueltas en
torno al Sol no porque los defensores del geocentrismo cayeran rendidos a los
pies del heliocentrismo. Buenos eran ellos. Los geocentristas no cambiaron de
idea ante los argumentos de Galileo Galilei ni ante la nueva visión de
los cielos que ofrecía el diabólico telescopio. Lo que ocurrió fue que los
geocentristas envejecieron y, luego, murieron. Ni más, ni menos. Así que la
Tierra pudo girar alrededor del Sol sin ofender a la venerable autoridad en
cuanto la autoridad experimentó lo que Aristóteles definía como “cambio
sustancial”. O sea, cuando palmó.
El ser humano abandonó su cómoda posición en el centro de la
creación y empezó a comportarse como una especie más, fruto de la diabólica
selección natural, no porque los defensores del fijismo cayeran rendidos a los
pies del evolucionismo. Buenos eran ellos. Los fijistas no cambiaron de idea
ante los argumentos de Charles Darwin ni ante los hallazgos de la
paleontología. Lo que ocurrió fue que los fijistas envejecieron y, luego,
murieron. Ni más, ni menos. Así que el ser humano pudo seguir su viaje natural
sin ofender a la venerable autoridad en cuanto la autoridad experimentó el
destino final de cualquier individuo una vez que envejece y es evolutivamente
irrelevante. O sea, cuando palmó.
Internet lleva ya mucho tiempo haciendo sombra a la
televisión en nuestros hogares. Avanza con enorme rapidez, pero no se impondrá
definitivamente hasta que los viejos televidentes hayamos muerto. Será entonces
cuando ver la tele, como la actual defensa del geocentrismo o del fijismo, será
considerada una actividad propia de chalados que no se enteran de nada.
Mientras llega ese día, queridos televidentes en proceso de extinción, les
recomiendo sentarse en el sofá, abrir una botella de vino, apagar el teléfono
móvil y ver 'Casablanca' en TCM, por ejemplo, cada vez que el telediario se
convierta en una actividad insoportable y deprimente. Hasta que nos extingamos,
siempre nos quedará París.
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