Pequeños objetos de Navidad
Por Kepa Pau Larrañaga
Hay Navidades equivalentes a vertederos de objetos. La fábricas de objetos navideños comienzan fabricando bombillas ‘led’ y luego consumen, a propósito, toneladas de kilovatios por afán. Encarecidamente.
Hay Navidades equivalentes a vertederos de objetos. La fábricas de objetos navideños comienzan fabricando bombillas ‘led’ y luego consumen, a propósito, toneladas de kilovatios por afán. Encarecidamente.
Generamos propósitos de objetos.
Angostamos su uso. Sustituimos cosas por otras.
Hay (y los
conozco) quienes compraron libros para ‘oler papel’. Por supuesto, no estoy en
contra de los instantes perfumados de lo nuevo. Es otra forma de concebir que
el deseo pretende a la novedad. Desenvolver papeles, cintas y lazos donde
ponga: “tú eres merecedor del cariño, por eso te lo compro”.
Entusiasmado por el olor de los libros,
pude clasificar el fetiche del aroma, entendiendo otro nuevo olor. Esta es la
clave, los olores. Los olores del papel. Y como ‘en barrica’ hay contenedores
de objetos que fecundan ‘impactos mentales’: los lugares donde estuvieron
ubicadas las bibliotecas, las manos de los lectores, el tamaño de las letras (para
leer más o menos distante), las hojas seleccionadas, las veces que se han
leído… Creo que existen menos lectores que libros. Éstos, los libros, han
sabido contener relatos pero aquéllos, los lectores, confundieron los relatos
con ser dictados. Es el eufemismo de la ‘educación’ de los más niños: repetir
palabras sin más conexión que decir o pronunciar en silencio. Pero, ¿cómo
conservamos lo dicho en el espacio de lo decible? A veces, como un mal
recuerdo.
Procedemos de una tradición de exégetas
cuando la glosa era de otros, cuando la Universidad pudo mantener su propia
jurisdicción, aunque ésta, a su vez, cayó en la exégesis monopolizada. Para que
uno sólo al dictado, haya definido los ‘espacios educativos’.
Aprender a leer se convirtió en el
ejercicio de ocultar las palabras. Pero la lectura debe de ser como los olores
de los libros, dicha y resonante. En nuestra pretérita cultura oral todo se
interpretaba para resonar en el ‘pathos’ del público, y sentir los diferentes
tonos de las palabras y de las ‘cosas’. Pero la ‘lectura conceptual’ aprende a
conversar sólo consigo misma pensando que por repetir aprende sin otro. La
educación es compañía, una grata compañía. Desde la lectura del gesto de los
labios hasta la pléyade de sonidos posibles donde pronunciar una sola primera
consonante.
Debemos aprender y educar a reprogramar
conocimiento para orientarlo a otros objetos. Por esto -y descifrando lo dicho-
la memoria es saber experimentar algo, contraponiendo objetos. Ubicar. Pero, si
se fijan, la mayor parte de los objetos están programados, están porque los
objeto-máquinas ‘se suponen que hacen lo que deben hacer’ o ¡no!. Si no
observen lo pluriempleados que se encuentran los fabricantes de ‘smartphones’ y
demás artilugios sin otro destino que la felicidad de la Navidad, intentando
convencer a los pluri-consumidores para que elijan la bandera de quien quieran
que les espíen. Los objetos estrictamente programados siempre tuvieron ‘puertas
traseras’. ¡Elijan, elijan!… bonitos ‘smartphones’ que les asegura un confortable
servicio de su espía favorito incluido.
No les quiero aburrir con su ‘James Bond’
particular. Para esto no escribo. Quería anunciarles, simplemente, que la
libertad siempre ha tenido como vecina su vigilancia. Pared con pared.
‘Orientarse a objetos’ es reprogramar el
uso del objeto, transformándolo. Relatar a ‘viva voz’ es reprogramar el relato
en un nuevo espacio. Conjugar la ‘orientación a objetos’ y el ‘relato’ es
sentirse incluido con los ‘hacedores’ de las cosas. Para poder llamar al
después, su-saber-del-recuerdo-en-ese-genuino-espacio-hecho. Aprender no es la
suma de sus letras o palabras. Aprender es entender cómo suena la articulación
de las palabras y las letras: rehaciendo los actos, desmenuzando complejos. Y
proponerlo en público a sabiendas. Frente a los adversarios.
Habrá que leer en público, sin vergüenza.
Imitando la algarabía de los niños cuando se juntan para pintar libros. Por
esto, no necesitamos tantos objetos, sólo los necesarios para aprender a
convertirlos en otros. Yo así es como aprendí y he aprendido. Leyendo en voz
alta. Escuchando las noticias y pistas de sus entornos. Sobre lugares
inhóspitos, frugales, sin cuerpo. Aunque también tienen esa otra posibilidad,
no la mía, comprar objetos. Y si entre éstos incluyeran algún libro, lo podrán
utilizar de podio para elevar la altura de la pantalla del ordenador para
cuando deseen leer mejor.
Comentarios
Publicar un comentario