Los excesos de México
Por Jorge de Quintes
Dicen los que lo conocen bien que México es el país de los
excesos. Allí todo se hace a lo grande. Los ricos tienen unas fortunas inmensas
(ver, por ejemplo, el caso de Carlos Slim, el hombre más rico del planeta); la
capital es una de las ciudades más pobladas del planeta; para atravesar el país
en avión se echa tanto tiempo como para ir de Madrid a Moscú; las comidas
comienzan a las dos de la tarde y se juntan con las cenas y, por desgracia, la
delincuencia es una de las más sanguinarias que se conocen.
Todavía el mundo sigue estremecido por el brutal asesinato
de 43 estudiantes en Iguala a manos de los sicarios del 'narco'. No tiene una
explicación para alguien que no viva en ese país cómo se puede atrapar, torturar
y asesinar a sangre fría a unos jóvenes revoltosos porque se sospechaba que
podían reventar el mítin de la mujer del alcalde que quería suceder en el
sillón a su marido. Él mandaba sobre la Policía Municipal, corrupta hasta las
entrañas, y ella reinaba sobre los asesinos de la droga en la más absoluta
impunidad.
México, rico hasta la exageración, es un país fallido. La
mayoría de los estados que lo conforman están dominados por los
narcotraficantes y la policía. No se sabe qué es peor. Allí te recomiendan que
si hay un control de carreteras de las mal llamadas fuerzas del orden no te
pares. Vale más morir ametrallado cuando te saltas la orden de detenerte que lo
que te puedan hacer si te detienes confiadamente. Circular por las noches está
vedado para los que llevan una existencia sin saltarse lo establecido por las
leyes.
Todo es aterrador y la gente vive escondida. Si secuestran
un autobús cargado de pasajeros, algo habitual, y los hacen desaparecer a
todos, nadie lo va a denunciar. Luego se establecen una penosas peregrinaciones
de fosa común en fosa común, según se van descubriendo, para ver si alguno de
los muertos es ese familiar que viajaba en el transporte que nunca debió coger.
México es un país simpático para los asturianos. Allí se
refugiaron muchos después de la Guerra Civil, echaron raíces, montaron negocios
prósperos y se llevaron consigo a muchos paisanos. El Centro Asturiano del DF,
la capital, será seguramente el mayor de los muchos dispersos por todo el
continente, por todos los continentes.
La masacre de Iguala puede ser la que haga reaccionar a un
país que lo tiene todo para ser uno de los más poderosos pero que enmascara
detrás de su desarrollo vertiginoso una situación catastrófica. Las autoridades
deben poner freno a esa impunidad asesina y el mundo debería recordarselo de
alguna manera cuando se recupere del estupor y el horror por esta matanza
inenarrable.
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